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Un café (blanquiazul) en Rabat... con Ahmed Jade

4/19/2015

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Luis LÓPEZ GALÁN
Es entre los muros más antiguos de una ciudad de uno se da cuenta de su grandeza, donde puede sentirse el efecto que el paso de los años y las vicisitudes de la historia dejan en las grietas del suelo y de las paredes. Este pensamiento es el que revolotea por mi mente mientras paseamos por la Kasbah de Rabat, la Alcazaba, el lugar más importante de las ciudades árabes por guardar aquí su tesoro, el mismo que codiciaban los forasteros y por el que se construían gruesos muros de piedra a su alrededor. El tesoro es hoy, sin embargo, un remanso de paz convertido en jardín de estilo andaluz con todo tipo de flores, árboles, plantas aromáticas y hasta un pozo que habla de los cientos de miles de deseos que ha debido escuchar a lo largo de los siglos. Así, entre los aromas y el descafeinado color de las paredes de la Kasbah, llegamos a Rabat, la hermosa capital de Marruecos.
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(Nota: para más información sobre lugares y monumentos en Rabat, visita el especial Rabat Esencial)

De entre todas las ciudades marroquíes, podría decirse que Rabat es la más especial de todas ellas por diferentes razones. La primera, claro está, es que siendo la capital del reino la ciudad cuenta con los edificios gubernamentales y oficinas más importantes, pero no solamente son éstos los detalles que destacan en ella. Rabat es, probablemente, la ciudad más organizada, limpia y cuidada de Marruecos. ¿Será porque es aquí donde vive el rey? Puede ser... en cualquier caso, esto es algo de lo que el viajero puede beneficiarse, ya que la organización cívica, el tráfico y el modo de vida de los habitantes son llevaderos y, en muchas ocasiones, apacibles.

Pero nosotros nos hemos apartado de esa vida de ciudad, de los coches y de las aglomeraciones para refugiarnos entre los muros en llamas de la Kasbah de los Oudayas. En llamas por dos motivos: su color brillante al chocar en ellos los rayos del sol y la temperatura que alcanzan gracias a éstos. Sin embargo, este color identifica únicamente la entrada de esta fortaleza, la puerta denominada Bab Oudaia y que poco tiene que ver con lo que en su interior se esconde. 

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Entrada a la Kasbah de Rabat
Al atravesar esta puerta de piedras, uno se encuentra con bellos jardines que poco a poco comienzan a convertirse en callejuelas de dos colores característicos: azul y blanco. La fortaleza guarda en su interior un pequeño pueblo dentro de la ciudad caracterizado por la tranquilidad de sus calles, sus blanquiazules paredes y sus maravillosas puertas de estilo marroquí, llenas de las famosas manos de Fátima y otros símbolos y amuletos. El origen de la Kasbah se remonta al siglo XII, si bien cayó en desuso hasta el siglo XVII, cuando fue ocupada por los moriscos de Andalucía y Extremadura expulsados de España y por una tribu procedente del Sahara que entró también en ella durante este siglo: los oudayas. De ellos toma su actual nombre.

Pasear por el pequeño pueblo que forma la Kasbah dentro de sus muros es una de esas experiencias que el viajero no debe perderse en el país, a pesar de que Rabat no se encuentra entre sus ciudades más turísticas. La vida en calma marroquí se siente en las callejuelas más que en ningún otro lugar gracias al caminar relajado de sus habitantes, uniformados con sus chilabas de colores, al sonido lejano de las olas del mar y al adhan o llamada a la oración desde la mezquita más antigua de la ciudad, Jemaa Al Atiq.

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Calles de la Kasbah
Pero como todo en la vida, nuestro paseo encuentra su parte negativa en ciertos personajes que afirman ser guías turísticos, incluso después de explicarles que sabemos que no lo son. Son éstos los fake guides que intentan sacar el mayor partido económico al despiste del turista que llega a este punto de la ciudad. Para no interrumpir la calma de nuestro paseo y con la intención de no llegar tarde a nuestra cita, dirigimos nuestros pasos todavía dentro de la Kasbah hasta el Café Maure o, como es conocido por los habitantes de la ciudad, el 'Oudaya Cafe'. Las primeras impresiones de este lugar son exactamente las que uno debe sentir al pisar suelo marroquí: calma y sosiego... la antítesis de la prisa. El café está decorado con azulejos de Zellige, la cerámica tradicional marroquí, mesas de madera azul, paredes anaranjadas y una enorme balconada con vistas a la bahía que separa al centro de Rabat de su ciudad vecina y hermana: Salé. Abajo, en la playa, los niños juegan a la pelota lanzando risas y gritos al mismo viento que roza las mejillas de nuestro amigo Jade, que sonríe tranquilo con la vista perdida en algún punto del horizonte.

Antes de llegar, Jade tardó en elegir su rincón favorito en la ciudad para tomar un café, aunque finalmente se decantó por el Maure debido a su ambiente típicamente marroquí, gracias al cariño de la familia que lo ha regentado durante décadas. Sin embargo y después de nuestra experiencia en Marrakech, sabemos que el café no va a ser hoy el protagonista. En efecto, tras reencontrarnos con nuestro amigo y disfrutar durante algunos minutos de las hermosas vistas, el té marroquí vuelve a demostrar por sí mismo su importancia en la sociedad del país cuando Jade comienza a hablar de él a la primera ocasión.

¿Qué es el té marroquí? Té con menta y una gran cantidad de azúcar, preparado junto con algún tipo de ritual y, sobre todo, con sentimiento. Sí, sentimiento. En realidad, el té de menta en Marruecos es más que una bebida ordinaria. Es la bebida que cada marroquí bebe casi todos los días. Lo servimos en cada ocasión.


Y tras dar un sorbo al vaso de cristal con alguna incrustación plateada que ya tiene sobre la mesa, continúa:

El té tiene que ser dulce y caliente y no se puede beber en dos o tres sorbos. Un vaso debe durar el tiempo de una conversación. No se bebe té por beber té ... bebemos té para acompañar nuestra conversación; es parte del todo. Veo un montón de extranjeros que beben té como un zumo o un vaso de Coca-Cola y me dan ganas de gritar por este sacrilegio. Tómate tu tiempo, de sorbo en sorbo, disfrutando el sabor y el calor.
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Café Maure
Entre sorbo y sorbo, como se debe, Jade nos desgrana los que, para él, son los tres puntos de la ciudad que nadie debe perderse, además de la Kasbah. El primero de ellos se encuentra muy cerca del Café Maure y es el lugar que probablemente congregue en sí mismo el mayor número de tópicos marroquíes que el viajero espera encontrar en la ciudad. Se trata del Mercado Central de Rabat, formado por pasadizos estrechos repletos de puestos y pequeñas tiendas de todo tipo: especias, ropa, dulces, artesanías, comida... y hasta animales. Acostumbrados al turismo, puede que los vendedores marroquíes sean los que comercian con más intensidad. El resultado: es difícil que salgas de allí sin haber comprado nada. En nuestro caso, y dada nuestra pasión por los dulces marroquíes, supimos desde el primer momento en el que escuchamos el nombre del mercado que saldríamos de allí con una caja de cuernos de gacela, nuestro favorito, a base de almendras y con la forma del cuerno de este animal.

Junto con el mercado, los otros dos lugares son la Necrópolis de Chellah y el Mausoleo de Mohamed V, en distintos puntos de la ciudad. El primero de ellos, la Chellah, es un antiguo complejo romano, medieval y necrópolis que se encuentra situado a unos dos kilómetros del centro de la ciudad, habitado siglos atrás por fenicios y cartagineses. Si bien hoy en día se encuentra en ruinas, todavía es posible caminar por el foro, el zawiya (templo musulmán), el oratorio o el hermoso minarete decorado por azulejos.

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Chellah
Gracias a la sosegada manera en la que se debe tomar el té marroquí, todavía queda bebida en nuestros vasos cuando Jade nos habla del último lugar: el Mausoleo de Mohamed V, que es con toda seguridad el monumento más visitado de la ciudad y, probablemente el más hermoso, gracias a su situación frente a la Torre Hasán y el conjunto monumental que los dos lugares conforman. Para llegar al origen de este sitio es preciso volver hasta el siglo XII, momento en el que el sultán almohade Yaqub al-Mansur intentó construir la que debía ser la mezquita más grande del mundo después de la de Samarra en Irak. Sin embargo, tras su muerte el proyecto se abandonó y de su grandioso sueño quedó lo que podemos ver hoy en día: una torre de 44 metros y un bosque de columnas abandonadas que le otorgan, sin embargo, un encanto especial y único. Muchos años después, entre 1961 y 1971, en la misma explanada de la Torre Hasán, frente a las columnas, se construyó el espectacular Mausoleo de Mohamed V, de estilo árabe-andaluz dentro del arte tradicional marroquí. Mohamed V fue un rey muy querido por la gente del país y y también fue quien proclamó su independencia precisamente en este lugar en el año 1955. Debido al simbolismo que el conjunto tiene desde entonces y al cariño de los ciudadanos hacia este monarca, 'padre de la nación marroquí moderna', éste fue también el emplazamiento escogido para guardar sus restos mortales, que hoy descansan junto a los de sus dos hijos Mulay Abdellah y Hassán II, príncipe y rey respectivamente.
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Con la lección aprendida previamente, hemos disfrutado del té en pequeños sorbos a medida que la conversación se alargaba entre monumentos y aromas de menta y jazmín de los vecinos jardines a la entrada de la Kasbah. Jade mira el reloj, a pesar del sosiego de la vida marroquí no tiene tiempo para más y debe abandonarnos en este lugar de hermosas vistas, gritos lejanos y azulejos de colores. Jade se marcha y nosotros salimos al encuentro de la ciudad, de sus sensaciones, de sus leyendas y misterios y, sobre todo, de la belleza única de la capital del reino: Marruecos en su pura esencia.
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Fotos: Alejandro Rojas y Luis López Galán
Ilustraciones: Aarón Mora



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