Luis LÓPEZ GALÁN
A unos 450 kilómetros de Estambul, la ciudad de Izmir (o Esmirna), luce con orgullo su título de tercera metrópolis más grande de Turquía en las calles y paseos aledaños a su puerto, bañado por el legendario Mar Egeo. Llegar a Izmir a través de la zona conocida como Kordon, algo que nosotros acabamos de hacer, es atravesar su área más populosa y divertida. En todas estas calles, los bares y restaurantes se suceden y los paseantes disfrutan de los rayos de sol chocando contra las pequeñas olas en calma en el horizonte. Con el Egeo a nuestras espaldas y el olor a café turco recién hecho al fuego llegando hasta nosotros, el día en Izmir no podría comenzar mejor.
En uno de las bancos más cercanos al agua, junto a unos pescadores que intentan llevarse a casa una buena pieza, nuestro amigo Buğra dirige tranquilo su mirada a los grandes barcos que surcan las aguas en la distancia. Izmir y el resto de ciudades dispuestas a lo largo de la costa del Egeo son paradas predilectas de numerosas rutas de cruceros y, por eso, es posible contemplar embarcaciones de enorme tamaño desde las zonas portuarias. Al percatarse de nuestra presencia en su mismo banco, Buğra nos recibe con esa alegría que siempre se forma en los reencuentros. En estos momentos siempre ocurre lo mismo: los participantes del reencuentro se aferran al abrazo en un intenso deseo de guardar de algún modo esa felicidad para que, más tarde, la despedida no sea tan dura.
Entre risas y júbilo, Buğra nos regala la primera sorpresa vaciando su mochila de pequeños vasos y una botella que contiene un líquido caliente que todavía desprende humo y vapor cuando nuestro amigo consigue destaparla. Según sus palabras, no hay mejor bienvenida al país que tomando y disfrutando del tradicional té turco, uno de los símbolos de hospitalidad turca por excelencia. Allí, en el parque, Buğra nos sirve la rojiza bebida para ambientar sus palabras acerca de la de la historia y los encantos de su ciudad.
Se dice que Izmir pudo ser fundada allá por el año 3000 a. C. para convertirse en los siglos venideros en una tierra colonizada por léleges, hititas, eolios y jonios. Si bien Turquía es un país principalmente musulmán, el avance cristiano en su huída desde Jerusalén tuvo en estas tierras sus primeras paradas e incluso permanencias. Así, dentro de los muros de la ciudad fue martirizado San Policarpio de Esmirna y a las afueras del propio territorio se encuentran lugares tan importantes para el cristianismo como Éfeso, donde se dice que se levantó la primera iglesia en honor a la Virgen María. Además, Izmir es una de las siete ciudades que aparecen en el Apocalipsis. Actualmente, La perla del Egeo está considerada como una de las urbes más 'occidentalizadas' de Turquía gracias a su lucha por la igualdad de sexos y a su estilo de vida abierto y moderno.
Entre risas y júbilo, Buğra nos regala la primera sorpresa vaciando su mochila de pequeños vasos y una botella que contiene un líquido caliente que todavía desprende humo y vapor cuando nuestro amigo consigue destaparla. Según sus palabras, no hay mejor bienvenida al país que tomando y disfrutando del tradicional té turco, uno de los símbolos de hospitalidad turca por excelencia. Allí, en el parque, Buğra nos sirve la rojiza bebida para ambientar sus palabras acerca de la de la historia y los encantos de su ciudad.
Se dice que Izmir pudo ser fundada allá por el año 3000 a. C. para convertirse en los siglos venideros en una tierra colonizada por léleges, hititas, eolios y jonios. Si bien Turquía es un país principalmente musulmán, el avance cristiano en su huída desde Jerusalén tuvo en estas tierras sus primeras paradas e incluso permanencias. Así, dentro de los muros de la ciudad fue martirizado San Policarpio de Esmirna y a las afueras del propio territorio se encuentran lugares tan importantes para el cristianismo como Éfeso, donde se dice que se levantó la primera iglesia en honor a la Virgen María. Además, Izmir es una de las siete ciudades que aparecen en el Apocalipsis. Actualmente, La perla del Egeo está considerada como una de las urbes más 'occidentalizadas' de Turquía gracias a su lucha por la igualdad de sexos y a su estilo de vida abierto y moderno.
Como si de una maratón de bebida se tratase nuestra visita, Buğra guarda de nuevo los vasos en su mochila y se encamina hacia uno de los bares de Kordon, el barrio más animoso de la ciudad. Allí, debemos probar ahora el famoso café turco, uno de los iconos de la gastronomía del país junto a otros como el kebab. El café turco es consumido prácticamente en todo Medio Oriente y su preparación es algo compleja y especial. Para ella se utiliza una pequeña jarra de cobre con un mango largo que se denomina cezve. El café utilizado debe ser muy fino y para ello en algunas ocasiones también se utiliza un típico molinillo de latón que en los mercados venden en diferentes tamaños. El cezve se llena de agua y se lleva a ebullición directamente sobre el fuego. Cuando ya ha llegado a ese punto, se retira para añadir una cucharada de café por persona y otra más, siguiendo el dicho que dice más vale que sobre, que no que falte. Una vez el café está en el cezve, se hierve dos veces seguidas quitando el utensilio entre una ebullición y otra. Antes de servirlo se añade una cucharada de agua fría y se vierte en la taza sin ningún filtro.
Y ahora, con el intenso sabor del café turco, podemos descubrir con calma los rincones de la bella ciudad de Izmir. Continuando el Paseo Marítimo, distintas plazas, hoteles y calles plagadas de restaurantes de comida turca e internacional disfrutan de las mejores vistas del mar y de los barcos que van y vienen. Desde el mismo Paseo, un pequeño puente sobre la carretera nos lleva hasta una calle adornada con árboles y llena de gente. Se trata del Cumhuriyet Boulevard, la vía que da acceso directo a la plaza más famosa de Izmir, la Plaza Konac. En uno de sus laterales, la pequeña Mezquita Konak ofrece una bella imagen gracias a la cerámica de diferentes colores con la que está recubierta. Sin embargo, lo que más llama la atención en el lugar es la llamativa edificación que ocupa el centro de la plaza y que se levanta entre ornamentaciones árabes hasta convertirse en la famosa Torre del Reloj. Con sus 25 metros de altura, la torre representa el símbolo de Izmir y es punto de encuentro y de orgullo de todos los habitantes. Diseñada por el arquitecto de origen francés Raymond Charles Père, representa uno de los últimos ejemplos del arte otomano y fue construida en el año 1901 en conmemoración del 25º aniversario de la ascensión al trono de Abdülhamid II, rey desde 1879 hasta 1909.
Continuando a través del Mustafa Kemal Sahil Boulevard siempre con el mar a nuestra derecha, llegamos hasta una calle que se nos antoja diferente y muy, muy especial. Estamos en el barrio de Karatas y, entre avenidas y vías de nombres turcos, de repente aparece ante nosotros la Calle Darío Moreno, que además contiene varios edificios de diferente color y mucho encanto en diferentes tiendas de artesanías y restaurantes tradicionales. Darío Moreno fue un cantante y actor de padre turco y madre mexicana que, durante los años cincuenta y sesenta, interpretó distintos papeles en el cine de países francófonos y se convirtió además en un cantante de éxito con ritmos latinoamericanos. Una estatua de este personaje da la bienvenida a esta estrecha calle que a su vez culmina en otro de los referentes turísticos de la ciudad: el ascensor o asansör de Izmir. Se trata de un edificio histórico construido en 1907 por el banquero judío Nesim Levi Bayraklıoğlu para que los vecinos de la zona pudieran sortear la grandísima pendiente que separaba las casas del barrio. En la actualidad, el ascensor se sigue utilizando para esta misma razón, aunque se ha convertido ya en un atractivo más de la ciudad, contando en su parte superior con un famoso restaurante con, por supuesto, maravillosas vistas de los tejados de la ciudad intercalados por las puntiagudas torres de las mezquitas.
Y ahora, con el intenso sabor del café turco, podemos descubrir con calma los rincones de la bella ciudad de Izmir. Continuando el Paseo Marítimo, distintas plazas, hoteles y calles plagadas de restaurantes de comida turca e internacional disfrutan de las mejores vistas del mar y de los barcos que van y vienen. Desde el mismo Paseo, un pequeño puente sobre la carretera nos lleva hasta una calle adornada con árboles y llena de gente. Se trata del Cumhuriyet Boulevard, la vía que da acceso directo a la plaza más famosa de Izmir, la Plaza Konac. En uno de sus laterales, la pequeña Mezquita Konak ofrece una bella imagen gracias a la cerámica de diferentes colores con la que está recubierta. Sin embargo, lo que más llama la atención en el lugar es la llamativa edificación que ocupa el centro de la plaza y que se levanta entre ornamentaciones árabes hasta convertirse en la famosa Torre del Reloj. Con sus 25 metros de altura, la torre representa el símbolo de Izmir y es punto de encuentro y de orgullo de todos los habitantes. Diseñada por el arquitecto de origen francés Raymond Charles Père, representa uno de los últimos ejemplos del arte otomano y fue construida en el año 1901 en conmemoración del 25º aniversario de la ascensión al trono de Abdülhamid II, rey desde 1879 hasta 1909.
Continuando a través del Mustafa Kemal Sahil Boulevard siempre con el mar a nuestra derecha, llegamos hasta una calle que se nos antoja diferente y muy, muy especial. Estamos en el barrio de Karatas y, entre avenidas y vías de nombres turcos, de repente aparece ante nosotros la Calle Darío Moreno, que además contiene varios edificios de diferente color y mucho encanto en diferentes tiendas de artesanías y restaurantes tradicionales. Darío Moreno fue un cantante y actor de padre turco y madre mexicana que, durante los años cincuenta y sesenta, interpretó distintos papeles en el cine de países francófonos y se convirtió además en un cantante de éxito con ritmos latinoamericanos. Una estatua de este personaje da la bienvenida a esta estrecha calle que a su vez culmina en otro de los referentes turísticos de la ciudad: el ascensor o asansör de Izmir. Se trata de un edificio histórico construido en 1907 por el banquero judío Nesim Levi Bayraklıoğlu para que los vecinos de la zona pudieran sortear la grandísima pendiente que separaba las casas del barrio. En la actualidad, el ascensor se sigue utilizando para esta misma razón, aunque se ha convertido ya en un atractivo más de la ciudad, contando en su parte superior con un famoso restaurante con, por supuesto, maravillosas vistas de los tejados de la ciudad intercalados por las puntiagudas torres de las mezquitas.
De vuelta a la Plaza Konak y a su Torre del Reloj, decidimos parar en uno de los establecimientos cercanos al ascensor para comer. Esta zona es algo menos turística que el centro y los alrededores de la Torre y aquí nuestros menús de kebab y falafel resultan (bastante) más baratos.
Desde la Plaza Konak, siguiendo la calle Anafartalar, nuestros pasos se encaminan directamente hacia el Bazar. En él y gracias a los visitantes llegados en crucero desde todos los rincones del mundo, los vendedores de ropa, especias, zapatos y utensilios tradicionales como los molinillos de café, asedian al paseante en distintos idiomas en un intento de atraerlos hasta sus respectivas tiendas y puestos del enorme mercado. Aunque son muchas las calles que lo forman, casi todas cuentan con señales indicativas, por lo que no resulta demasiado complicado caminar y comprar por ellas. Gracias a Buğra para nosotros resulta aún más sencillo salir indemnes. Al final del Bazar se encuentra el Ágora-Museo de Izmir, en el que se reúnen diferentes restos arqueológicos de períodos arcaicos, griegos y romanos con una segunda parte o patio asociado a Alejandro Magno.
Llegados a este punto, nuestro amigo nos conduce a través de estrechas y diferentes calles hasta una especie de pequeño mirador donde los minaretes de las mezquitas apuntan al cielo y comienzan el adhan, la llamada a la oración. Los rayos del sol chocando contra los tejados rojos y la cerámica azul, blanca y verde de algunos de los templos y los sonidos que, desde sus torres, llegan a nuestros oídos forman una escena que a nuestro parecer es peculiar y exótica. Para Buğra, sin embargo, se trata del normal transcurrir diario de una ciudad tradicionalmente musulmana.
Desde la Plaza Konak, siguiendo la calle Anafartalar, nuestros pasos se encaminan directamente hacia el Bazar. En él y gracias a los visitantes llegados en crucero desde todos los rincones del mundo, los vendedores de ropa, especias, zapatos y utensilios tradicionales como los molinillos de café, asedian al paseante en distintos idiomas en un intento de atraerlos hasta sus respectivas tiendas y puestos del enorme mercado. Aunque son muchas las calles que lo forman, casi todas cuentan con señales indicativas, por lo que no resulta demasiado complicado caminar y comprar por ellas. Gracias a Buğra para nosotros resulta aún más sencillo salir indemnes. Al final del Bazar se encuentra el Ágora-Museo de Izmir, en el que se reúnen diferentes restos arqueológicos de períodos arcaicos, griegos y romanos con una segunda parte o patio asociado a Alejandro Magno.
Llegados a este punto, nuestro amigo nos conduce a través de estrechas y diferentes calles hasta una especie de pequeño mirador donde los minaretes de las mezquitas apuntan al cielo y comienzan el adhan, la llamada a la oración. Los rayos del sol chocando contra los tejados rojos y la cerámica azul, blanca y verde de algunos de los templos y los sonidos que, desde sus torres, llegan a nuestros oídos forman una escena que a nuestro parecer es peculiar y exótica. Para Buğra, sin embargo, se trata del normal transcurrir diario de una ciudad tradicionalmente musulmana.
Algunas de las razones por las que el viajero decide llegar a Izmir están, paradójicamente, fuera de los muros de la propia ciudad. A una hora y media conduciendo desde aquí se encuentran la villa de Kusadasi, una localidad marítima con varias playas y un centro histórico lleno de tiendas y establecimientos turísticos, y las mundialmente famosas ruinas de Éfeso, un importantísimo centro cultural, religioso y comercial en la Antigüedad. Dentro de las ruinas, los espacios importantes se multiplican desde el Templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del Mundo del que únicamente queda una columna, el teatro de Éfeso que llegó a tener capacidad para 24.500 espectadores, la impresionante Biblioteca de Celso cuya fachada se mantiene casi intacta o la Iglesia de San Juan donde se dice que el apóstol escribió su evangelio. Siguiendo por la vertiente cristiana y según la Iglesia Católica, este mismo apóstol acompañó tras la crucifixión de Jesucristo a la Virgen María hasta la que habría de convertirse en su casa durante sus últimos años de vida. Sobre los restos de esta casa se levantó una capilla que actualmente puede visitarse en un monte cercano a Éfeso. A la vuelta desde las ruinas es imprescindible una parada en el encantador pueblo de montaña de Sirinçe, conocido por su vino y sus casas blancas adornadas con parras y artesanías tradicionales.
Los compromisos laborales de Buğra comienzan a incendiar su teléfono móvil y con ellos la despedida se deja ver en su mirada. Gracias a nuestro amigo hemos descubierto los secretos de una ciudad que a veces pasa desapercibida debido a los grandes atractivos que un país como Turquía ofrece al viajero. Izmir, sus paseos, su gente y sus minaretes de punta afilada nos han recibido con los brazos bien abiertos haciéndonos disfrutar en sus cientos de aromas, sabores y sensaciones. Buğra se marcha cuando una nueva llamada a la oración comienza a inundarlo todo y nosotros, embelesados por el ritmo calmado de la vida turca, nos dejamos llevar por las callejuelas en busca de los brillo del Mar Egeo.
Ilustraciones: Aarón Mora, el ilustrador de Espresso Fiorentino.
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