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Un café (con jazmín) en Hammamet... con Wafa Ben Zahra

6/10/2014

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Luis LOPEZ GALÁN & Alejandro ROJAS
Attention, nous allons atterrir dans 10 minutes. S'il vous plaît, attachez vos ceintures, redressez les chaises, fermez les tables. El aterrizaje en el Aeropuerto de Enfidha nos envuelve en el inmenso azul tunecino de las olas del Mediterráneo, el mar que choca en el golfo de Hammamet con el aire polvoriento del vecino desierto del Sáhara. Tras la excitante sensación del color del mar a través de las ventanas del avión, una larga carretera nos conduce en un taxi algo oxidado al corazón blanco y azul de la costa de Túnez, un país famoso por sus playas que aún guarda tesoros desconocidos en su interior. Dejando la bahía a nuestra derecha, el aire cálido que entra por las ventanas del viejo automóvil comienza poco a poco a mezclarse con un intenso aroma a jazmín que nos adentra de lleno en el punto final de nuestro destino: la hermosa ciudad de Hammamet.
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fotokunde en flickr
ImagenThomas Rousing en flickr
Hammamet, también conocida como La Mahometa, es una de las ciudades más conocidas de Túnez gracias a sus playas de arena blanca y a sus atractivos turísticos. Al llegar a las pequeñas calles del centro la fortaleza del s. XIII sobre la que se levanta la ciudad ofrece una imagen idílica de la típica arquitectura islámica en su kasbah entremezclada con los lujosos hoteles y edificaciones modernas construidas extramuros. La medina esconde el encanto particular del Magreb con sus gruesas paredes blancas que aíslan al paseante del intenso calor durante los días de verano y lo desafía en su caos de angostas vías. Las flores de jazmín son las protagonistas de estas estrechas calles en las que los vendedores agasajan a curiosos y turistas que practican como pueden el famoso regateo, un arte milenario que se convierte en toda una hazaña al practicarse y que no hacerlo significa casi una falta de respeto. Los comerciantes ofrecen esencia de jazmín, colonias y demás artesanías derivadas de esta famosa planta cuyo origen paradójicamente y aunque su omnipresencia parezca indicar lo contrario no es tunecino. En la antigüedad, el jazmín fue traído por algunos viajeros provenientes de Andalucía hasta esta parte del mundo, donde la flor se mezcló con las magnolias y azahares que ya crecían en las casas para crear la bella imagen de jardín florido de este oasis que crece en una esquina de Túnez. Jazmines y artesanías se repiten a cada paso y a cada puerta, similar en forma pero distinta en alma a la inmediatamente anterior. La medina de Hammamet es un laberinto de puertas ornamentadas donde el llamador es a veces un elefante y otras tantas la famosa mano de fátima, la de las leyendas y también la de las postales. Las puertas, sus colores y sus formas son sólo un reclamo más que invita a perderse en la mágica calma de la medina. En estas callejuelas blanquiazules el tiempo no se detiene porque sencillamente no existe. 

Casi sin darnos cuenta salimos de la medina y el Hammamet más turístico nos recibe con su ambiente veraniego. Algunas personas suben el paseo cargadas con toallas, cremas y demás armamentos playeros que disimulan la belleza escondida en ese corazón de la ciudad que acabamos de dejar atrás. Entre la multitud, descansando apoyada en una esquina de la calle nuestra amiga Wafa nos espera con la misma peculiar tranquilidad que envuelve la tarde en Hammamet. Al vernos, los recuerdos del pasado parecen inundar sus enormes ojos oscuros mientras extiende los brazos para darnos la bienvenida oficial a Túnez. El desparpajo de Wafa identifica la actitud y estilo de vida de sus compatriotas y su gracia nos ayuda a olvidarnos de algunos complejos turísticos que estropean las bonitas vistas que desde aquí obtenemos de la costa tunecina y su color azul, el que ya hemos tenido el placer de conocer.


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grolli77 en flickr
Entre bromas y recuerdos Wafa nos guía hacia la playa dando la espalda a la fortaleza de Hammamet. Según nos cuenta nuestra amiga, entre sus muros se encuentra el Museo de Hammamet con la historia de la ciudad, de la construcción de la fortaleza y de los distintos asaltos que en ella han tenido lugar a lo largo de los años. Alejándonos ya de la parte más antigua, seguimos los pasos de Wafa escuchando el sonido de las olas y preguntándonos porqué no se nos ha ocurrido vestir traje de baño en un lugar como Hammamet. Para nuestra tranquilidad, Wafa no llega hasta la playa y entra directa al restaurante Resto de la Plage, un lugar encantador con una de las terrazas más especiales en las que hemos estado. En ella las sillas y mesas no están a pie de playa, si no que directamente se levantan en la misma arena. Wafa elige la mesa más cercana al mar y al sentarnos la brisa salada del Mediterráneo nos acaricia las mejillas. Con determinación, nuestra amiga demuestra su temperamento ordenando la primera y directamente su café peruano con chocolate antes de que podamos pedir a un sonriente camarero dos capuccinos frappé. Wafa es apasionada, ambiciosa y comprometida y lo demuestra mientras habla con entusiasmo acerca de las labores de la Asociación Selima que ayuda a mejorar el día a día de los niños con cáncer y de la que forma parte. La Asociación intenta que los niños nunca pierdan su sonrisa a pesar de las adversidades, algo que ellos mismos enseñan cada día a los adultos.
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El sol reprime su fuerza devolviéndonos a la media tarde de Hammamet, que a un lado extiende su tesoro más bello y antiguo y al otro la zona más turística y conocida como Yasmine Hammamet, en honor a la flor característica de la ciudad. En palabras de Wafa, estas dos áreas son completamente opuestas y ofrecen muy diferentes atractivos. La tranquilidad de la kasbah, los zocos y las callejuelas donde nos perdimos al llegar a Hammamet contrasta con los grandes resorts, los comercios y los bares y discotecas de Yasmine, donde la modernidad intenta a hacer sombra a la majestuosidad de la medina, algo francamente difícil aunque intente conseguirlo hasta con un parque de atracciones, el conocido Carthage Land. Gracias a las recomendaciones de Wafa, sin embargo, en nuestro camino de vuelta al aeropuerto haremos una parada en una zona diferente al sur de la ciudad, en Nabeul, donde se encuentra el Museo Dar Khadija, algo desconocido no solamente en la ciudad si no en todo el país y que merece la pena visitar para complementar su historia. La localización de Hammamet y el tamaño del país permiten además realizar distintas e interesantes excursiones para visitar, por ejemplo, las ciudades de Cartago, Sidi Bou Said o la propia Túnez capital. Para los más aventureros algunas agencias ofrecen rutas por el sur en 4x4 hasta llegar a las puertas del Sáhara.
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Keith Roper en flickr
Tras los cafés Wafa insiste en probar unos cocktails preparados, como no podía ser de otro modo, a base de jazmín. El aroma de esta flor continúa impregnando el ambiente mientras el sol parece querer acariciar el agua del mar Mediterráneo, cuya tonalidad ha variado del turquesa al añil. Sin previo aviso y vaso en mano, Wafa da un salto de la silla y se pone en pie invitándonos a acercarnos a la orilla del mar, hacia la que camina rogando unirnos a voz en grito. Inmediatamente después, los tres corremos hacia la orilla intentando ganar al sol en busca de su escondite nocturno. A cada paso de la carrera la fina arena blanca salta con nosotros rozándonos la piel hasta que ya casi tocamos las olas. Sentados junto a ellas, brindamos por la vida ante la inmensidad del mar mientras sentimos todavía la magia de la medina a nuestras espaldas y el sabor del jazmín y la sal en nuestros labios. La vida está hecha de estos momentos únicos, mágicos y difíciles de olvidar. Esos momentos que se meten en el cofre de nuestra memoria para siempre. En un rincón del Túnez más variopinto nos damos cuenta de que así es la esencia de la misma vida por la que ahora brindamos: única e irrepetible.
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Ilustraciones: Aarón Mora (Aaron Mora Illustration), el ilustrador de Espresso Fiorentino.



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