Luis LÓPEZ GALÁN & Alejandro ROJAS
Al salir del Aeropuerto Entzheim de Estrasburgo el verde de los campos alsacianos del norte de Francia parece extenderse hasta el horizonte. Después de un vuelo algo turbulento, las pequeñas casas intercaladas a ambos lados de la calzada y las nubes cubriendo parcialmente el cielo nos devuelven a un estado de tranquilidad casi hogareño, una sensación que esta zona del país acostumbra a ofrecer al viajero. El verde de los árboles comienza a confundirse con el brillante cristal de algunos edificios modernos que anticipan las primeras casas de tejados a dos aguas y madera oscura de la ciudad. Estrasburgo es un cuento de hadas que se materializa ante nosotros al doblar la esquina de Quai Saint-Nicolas, cuando perdidos entre casas de madera dejamos atrás la orilla del río Ill para cruzar un puente que nos mete de lleno en la arquitectura medieval de una de las ciudades más bonitas de Francia.
El edificio amarillo del Museo Histórico de Estrasburgo nos da la bienvenida pasado ya el mediodía al Centro Histórico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988 y también conocido como Grande Île o Gran Isla debido a que se encuentra completamente rodeado por el río Ill. En esta zona se concentran la mayor parte de los enclaves turísticos de la ciudad y es la que ofrece la típica estampa medieval que ha hecho famosa a Estrasburgo en todo el mundo. Las nubes han desaparecido casi por completo y la temperatura es muy agradable al pasear por las pequeñas y empedradas calles del centro, llenas de vida, turistas y comercios. A través de la Grand Rue nos encontramos poco a poco con la arquitectura típica que teníamos en mente antes de aterrizar y que luce en la zona conocida como Petit France del Centro Histórico en su mayor esplendor. Como su propio nombre indica, la belleza de Francia se concentra en las calles de este pequeño barrio atravesado por los canales de agua que le otorgan ese aspecto tan romántico y que tantas parejas aprovechan en sus paseos. El blanco y los colores pastel de las fachadas atravesados por los listones de madera oscura también encuentran en esta zona sus máximos representantes. Frente a una de esas casas pintorescas, el reflejo del color azul de las paredes se difumina y se confunde en el reflejo del agua con el de nuestra amiga Coralie que, apoyada en un pequeño muro de ladrillo, disfruta de las vistas de su propia ciudad. Amiga y compañera de aventuras exóticas del pasado, Coralie sabe lo que significa romper con el presente y encaminarse hacia el futuro dejando el hogar en el ayer, algo que le hace conocer y observar Estrasburgo desde una perspectiva especial. Irónicamente, la persona que deja un tiempo su ciudad consigue conocerla mejor en la añoranza que el que se queda en su monotonía y esa característica viajera es algo que Coralie conoce muy bien. Concentrada en sus pensamientos, nuestra amiga no se percata de nuestra presencia hasta que estamos a muy pocos pasos de su espalda, momento en el que da media vuelta para recibirnos sonriente en un abrazo que recoge distancias, recuerdos y emociones. Si la vida es como un árbol, por muy alta que sea la rama siempre veremos nuestra raíz al voltear la cabeza, esa raíz que en Coralie se traduce en los colores y las callejuelas de Estrasburgo, algo que nos hace entender la belleza con la que nuestra amiga siempre nos ha sorprendido.
Saliendo de Petit France, volvemos por la Grand Rue acompañados ya de Coralie para encontrar uno de sus cocktails bar favoritos en la ciudad. Aunque a ella le apasiona el capuccino, según sus palabras el balance perfecto entre leche y café que tanto le recuerda además a su infancia y a sus abuelos, ya es media tarde en Estrasburgo y nuestra amiga ha decidido que cambiemos el café por algo más fuerte y especial en esta ocasión. Caminamos lentamente, perdidos en la arquitectura de las fachadas que nos sumergen en mundos de fantasía, de príncipes y reyes del medievo. Sin embargo y aunque es agradable pasear con la temperatura que hoy nos acompaña, según Coralie la época más mágica y entrañable en estas calles es la de Navidad, cuando cientos de bombillas y decoraciones invernales se mezclan con la nieve en una imagen difícil de olvidar. A medida que seguimos avanzando la Grand Rue parece terminar en otra calle, la Rue Gutenberg que nos lleva directos hasta la plaza del mismo nombre, donde somos recibidos por una estatua del propio inventor de la imprenta, que residió en Estrasburgo durante una etapa de su vida.
Saliendo de Petit France, volvemos por la Grand Rue acompañados ya de Coralie para encontrar uno de sus cocktails bar favoritos en la ciudad. Aunque a ella le apasiona el capuccino, según sus palabras el balance perfecto entre leche y café que tanto le recuerda además a su infancia y a sus abuelos, ya es media tarde en Estrasburgo y nuestra amiga ha decidido que cambiemos el café por algo más fuerte y especial en esta ocasión. Caminamos lentamente, perdidos en la arquitectura de las fachadas que nos sumergen en mundos de fantasía, de príncipes y reyes del medievo. Sin embargo y aunque es agradable pasear con la temperatura que hoy nos acompaña, según Coralie la época más mágica y entrañable en estas calles es la de Navidad, cuando cientos de bombillas y decoraciones invernales se mezclan con la nieve en una imagen difícil de olvidar. A medida que seguimos avanzando la Grand Rue parece terminar en otra calle, la Rue Gutenberg que nos lleva directos hasta la plaza del mismo nombre, donde somos recibidos por una estatua del propio inventor de la imprenta, que residió en Estrasburgo durante una etapa de su vida.
La vida en la Plaza de Gutenberg parece dinámica, con gente joven que se entremezcla entre los visitantes que curiosean las pequeñas calles aledañas y los restaurantes y tiendas de ropa de la plaza. Sin embargo, es difícil que toda nuestra atención no se dirija hasta el comienzo de la Rue Mercière, en una de las esquinas, desde donde ya se aprecia la maravillosa y colosal fachada de la Catedral de Estrasburgo. Con sus 142 metros de altura y el gótico de sus elementos, la Catedral fue construida durante cuatro siglos, entre 1015 y 1439 y en la plaza en la que se encuentra se celebra el popular Marche de Noël o Mercado de Navidad durante el invierno. Además, en ella también se encuentra la Maison Kamerzell, una de las edificaciones más ornamentadas y mejor conservadas de la ciudad. Siguiendo el consejo de Coralie y maravillados con la belleza de los muros de la Catedral comenzamos a perdernos alrededor de las calles de la plaza bajo la protección de la flèche, como es conocida la torre del campanario. Dejando atrás la Catedral, Coralie nos devuelve a la realidad a través de un par de callecitas con casas de distintos colores para dirigirnos hasta la puerta de L'Alchimiste, un cocktail bar ubicado en el sótano de un bello edificio medieval que nada tiene que ver con la decoración del local. El ambiente es festivo y enérgico dentro de L'Alchimiste, cuya carta de cocktails nos sorprende cuando nuestra amiga comienza a leer los nombres dados a las diferentes bebidas. Las no alcohólicas son nombrados como enfermedades y los nombres de las alcohólicas son incluso más extraños: desde Drácula hasta Poudre d'escampette, definido por el dueño del local como el cocktail hecho para los que quieren huir rápido después de pasar una noche con los que dicen "anoche estuviste increíble". Aunque la definición nada tiene que ver con nosotros, sorprendemos a Coralie pidiendo dos Poudre d'escampette mientras ella hace lo propio eligiendo el cocktail Malaria, cuyos ingredientes (uva, melocotón y agua con gas) nos explica para que cambiemos la expresión de terror en nuestras caras.
Instalados en una cómoda mesa, los viajes centran el tema de conversación como de hecho cabía esperar con tres apasionados de descubrir nuevos lugares y culturas reunidos alrededor de nuestras extrañas bebidas. Coralie es una experta viajera y con ella compartimos esas sensaciones y emociones que se apoderan del que viaja desde que se prepara para dejarlo todo atrás hasta que de ello ya sólo quedan recuerdos. Estar lejos de casa hace que su significado adquiera una importancia hasta entonces desconocida para aprender de verdad lo que es el hogar. Entre nuestras confesiones viajeras, Coralie decide regalarnos dos de sus lugares secretos en Estrasburgo: los bancos del Rhin, un lugar ideal para pasear y pensar y la Estación de Tren con la gran plaza que la precede, un sitio espectacular y un edificio ultra moderno que le trae muchos recuerdos gracias a sus viajes.
Una vez comprobado que el nombre nada tenía que ver con el sabor de nuestros cocktails, volvemos a las calles de Estrasburgo mientras el sol comienza a descender. En la ciudad, llena de gente joven debido a su Universidad, se respira un ambiente vivo, con personas que vienen y van y reuniones de amigos en cada esquina. Nos encaminamos hacia otro lugar emblemático de la ciudad y volvemos nuestros pasos hasta la Catedral, donde Coralie se detiene en un establecimiento llamado Christian con unos grandes bizcochos dispuestos en sus vitrinas que llaman indudablemente nuestra apetitosa atención. En esta pastelería son expertos precisamente en estos postres, los famosos Kouglofs de Estrasburgo que pueden ser dulces o salados y que junto a los bretzels forman los principales postres de la región. Según nuestra amiga los bretzels, sin embargo, acompañan mejor a una cerveza alemana a última hora de la tarde, algo que no nos será muy difícil encontrar debido a los pocos kilómetros que separan a Estrasburgo de la frontera con Alemania.
Instalados en una cómoda mesa, los viajes centran el tema de conversación como de hecho cabía esperar con tres apasionados de descubrir nuevos lugares y culturas reunidos alrededor de nuestras extrañas bebidas. Coralie es una experta viajera y con ella compartimos esas sensaciones y emociones que se apoderan del que viaja desde que se prepara para dejarlo todo atrás hasta que de ello ya sólo quedan recuerdos. Estar lejos de casa hace que su significado adquiera una importancia hasta entonces desconocida para aprender de verdad lo que es el hogar. Entre nuestras confesiones viajeras, Coralie decide regalarnos dos de sus lugares secretos en Estrasburgo: los bancos del Rhin, un lugar ideal para pasear y pensar y la Estación de Tren con la gran plaza que la precede, un sitio espectacular y un edificio ultra moderno que le trae muchos recuerdos gracias a sus viajes.
Una vez comprobado que el nombre nada tenía que ver con el sabor de nuestros cocktails, volvemos a las calles de Estrasburgo mientras el sol comienza a descender. En la ciudad, llena de gente joven debido a su Universidad, se respira un ambiente vivo, con personas que vienen y van y reuniones de amigos en cada esquina. Nos encaminamos hacia otro lugar emblemático de la ciudad y volvemos nuestros pasos hasta la Catedral, donde Coralie se detiene en un establecimiento llamado Christian con unos grandes bizcochos dispuestos en sus vitrinas que llaman indudablemente nuestra apetitosa atención. En esta pastelería son expertos precisamente en estos postres, los famosos Kouglofs de Estrasburgo que pueden ser dulces o salados y que junto a los bretzels forman los principales postres de la región. Según nuestra amiga los bretzels, sin embargo, acompañan mejor a una cerveza alemana a última hora de la tarde, algo que no nos será muy difícil encontrar debido a los pocos kilómetros que separan a Estrasburgo de la frontera con Alemania.
Los edificios medievales de Estrasburgo siguen acompañándonos en nuestro paseo hasta la Plaza Kléber, la plaza más grande de la ciudad con la estatua del general Jean-Baptiste Kléber que alberga la urna funeraria con sus restos. Desde aquí se pueden visitar los principales puntos de la ciudad como la Iglesia de Santo Tomás que alberga el mausoleo del Mariscal Saxe, obra maestra del Barroco del s. XVIII, el Palacio Rohan, el Museo Arqueológico o la Plaza de la República, aunque para los que tengan gustos más modernos la sede del Consejo de Europa, el Parlamento Europeo y el Palacio de los Derechos del Hombre serán visita obligada, demostrando además la importancia de Estrasburgo a nivel europeo.
La tarde ha pasado rápido y nuestras miradas se cruzan con las de Coralie sabiendo lo que se avecina. Enmarcada en la bella y típica estampa de la Plaza Kléber, nuestra amiga abre los brazos para recibirnos de nuevo cálidamente, esta vez sí para una nueva despedida. Las risas y los recuerdos vuelven a aglutinarse en nuestra memoria al avanzar ya en nuestro camino hasta la moderna Estación de Tren que tantos momentos ha dado a Coralie. Desde el centro de la plaza nos despide con la mano y con una gran sonrisa que nos habla desde su silencio sobre el próximo encuentro, ojalá antes de lo que esperamos. Con la melancólica sensación del adiós y gracias a Coralie abandonamos Estrasburgo pensando que al final, la vida se basa en esas tardes que vuelan entre carcajadas y momentos que hacen que todo lo demás merezca la pena.
La tarde ha pasado rápido y nuestras miradas se cruzan con las de Coralie sabiendo lo que se avecina. Enmarcada en la bella y típica estampa de la Plaza Kléber, nuestra amiga abre los brazos para recibirnos de nuevo cálidamente, esta vez sí para una nueva despedida. Las risas y los recuerdos vuelven a aglutinarse en nuestra memoria al avanzar ya en nuestro camino hasta la moderna Estación de Tren que tantos momentos ha dado a Coralie. Desde el centro de la plaza nos despide con la mano y con una gran sonrisa que nos habla desde su silencio sobre el próximo encuentro, ojalá antes de lo que esperamos. Con la melancólica sensación del adiós y gracias a Coralie abandonamos Estrasburgo pensando que al final, la vida se basa en esas tardes que vuelan entre carcajadas y momentos que hacen que todo lo demás merezca la pena.
Ilustraciones: Aarón Mora, el ilustrador de Espresso Fiorentino
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