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Un café (de sensaciones) en El Cairo... con Kareem Zachariah

2/17/2014

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Luis LÓPEZ GALÁN & Alejandro ROJAS
La lejana melodía aguda de lo que parece un laúd llega hasta nosotros invitándonos a cerrar los ojos y reflexionar sobre el suelo que estamos pisando por primera vez. Mientras el aire caliente y denso moldea las primeras gotas de sudor que empiezan a recorrer nuestras frentes, respiramos con dificultad por el intenso calor del ambiente, casi asfixiante aún siendo primera hora de la mañana e intentamos dejarnos llevar por las sensaciones de uno de esos lugares del planeta en los que uno puede sentir una energía pura e inexplicable que nos retrotrae a tiempos ancestrales que sin saberlo todos llevamos intrínsecos en nuestra memoria. Una suave ventisca nos estremece con un escalofrío que recorre todo nuestro cuerpo hasta que volvemos a abrir los ojos para encontrarnos de frente y envueltos en una nube de arena desértica sin más abrigo que el mismo cielo azul con tres de los más imponentes monumentos de la Historia de la Humanidad: las pirámides de Giza, símbolo antiguo de la ambición de un pueblo que supo aunar fuerzas para hacerse eterno e icono moderno y distintivo de nuestra memoria histórica y cultural.
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Abandonamos el extraño letargo que nos ha producido el primer encuentro con las pirámides y caminamos ya hacia ellas, que a su vez parecen hacerse más enormes a cada paso. Estamos en la meseta de Giza, a unos veinte kilómetros al sur de El Cairo, la apasionante capital de Egipto. Desde la distancia, la estructura piramidal hace que los tres colosos de Giza, Keops, Kefrén y Micerinos (abuelo, padre e hijo respectivamente), parezcan apuntar al cielo en busca de respuestas a sus propios misterios. Y es que si bien existen teorías históricas sobre su construcción (rampas en diagonal por donde subir los bloques de piedra, trineos atados a los cuerpos de los trabajadores para soportar el peso, etc.), no se sabe a ciencia cierta cómo los antiguos egipcios consiguieron transportar las piedras hasta la meseta. Aunque popular e históricamente siempre se ha pensado que fueron construidas por esclavos maltratados, son muchos los historiadores que piensan que estos monumentos mortuorios eran concebidos por la sociedad egipcia como el mantenimiento de su propia cultura y costumbres en el futuro y trabajar en su construcción podría estar considerado para ellos como la aportación a un símbolo nacional.

Aunque las pirámides, como a todos nos explican desde pequeños, no dejan de ser un tipo de enterramiento, la forma y fondo de estas construcciones ha venido apasionando a un gran número de personas a lo largo de los años. En ellas, el cuerpo del difunto queda sepultado en la base como la semilla de una planta que renacerá hasta ser guiada a través de la pirámide a la vida eterna. Los egipcios veían en la forma de las pirámides los orígenes del mundo en sí mismo y creían que su origen provenía de los desbordamientos del Río Nilo que se producían una vez al año. Cuando las aguas volvían a descender, surgían montículos piramidales rodeados de agua y, según cuenta la leyenda, en uno de estos montículos creció un loto del que nació el Dios Sol y, a partir de él, toda la creación.
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Al acercarnos, las paredes de las pirámides van adquiriendo un color todavía más tostado. Dependiendo de cómo apunte el sol y cómo nos ciegue, en algunos momentos parece que observamos tres gigante piedras de oro precedidas de tres bloques más pequeños: las tres pirámides de las reinas, que se encuentran a sus pies.

Próximos ya a ellas, apartándonos de golpe de la sensación mística que nos rodeaba y sin poder evitarlo nos convertimos en la diana de los vendedores y dueños de caballos y camellos que nos invitan previo pago y en una sorprendente variedad de idiomas a llevarnos un recuerdo de Giza, a parte de la entrada de 60 libras egipcias (aproximadamente 6€/$8) que ya hemos pagado por entrar al recinto. Sin embargo, la sombra de otra imagen de sobra conocida abandona nuestra memoria fotográfica para materializarse ante nuestros ojos: la monumental Esfinge de Giza nos observa con sus 20 metros de altura desde los que ha conocido civilizaciones y culturas que nosotros solamente imaginamos. Construida en el s. XXVI a.C., su cuerpo de león y su cabeza (según los expertos representando el rostro de Kefrén), estuvieron policromados en sus orígenes, aunque hoy con sus matices dorados sobrecoge de la misma manera.
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Esfinge de Giza por Ana Paula Hirama en flickr
Entre vendedores y turistas notamos el palpitar de nuestros corazones a un compás más rápido a medida que nos acercamos a la puerta de la Gran Pirámide de Keops, la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que se mantiene aún en pie. Fue construida en el s. XXVI a.C., durante el reinado de Jufu (Keops) y en los 20 años que duró su construcción se utilizaron 2.300.000 bloques de piedra en una superficie de 52 kilómetros cuadrados. Actualmente la puerta de acceso es distinta a la que utilizaban los antiguos egipcios. La puerta de la pirámide, la original, está alineada con las estrellas del Círculo Polar o 'las indestructibles' como ellos las conocían, las únicas estrellas que parecían eternas, sin moverse nunca y, por tanto, el lugar idóneo para recibir al todopoderoso Faraón en su resurrección.

Nos dirigimos hacia la puerta de la Gran Pirámide de Keops y, tras pagar el suplemento de 100 libras egipcias correspondiente (aproximadamente 10€/$14), la cámara de fotos es requisada y sin darnos cuenta nos sumergimos en la Historia a través de un estrecho pasillo iluminado por algunas lámparas de luz blanca para descubrir los puntos a los que dejan acceder al visitante. El calor es mucho más asfixiante dentro y, según avanzamos, el sudor se apodera de nuestros rostros. Al atravesar el siguiente corredor, la galería se reduce tanto que muchas personas deciden dar media vuelta y no llegar al final. Con nuestro espíritu aventurero a flor de piel, decidimos adentrarnos y subir por un pasillo que nos sepulta entre piedras gigantes rozando tanto nuestro rostros que incluso podemos sentir de vuelta el aire que respiramos al chocar contra ellas. La mezcla de falta de oxígeno, calor y humedad hacen casi insoportable continuar cuando el pasillo te obliga a agacharte para esquivar algunos salientes poco visibles. El silencio de las rocas se rompe con la respiración entrecortada de los que intentamos salir vivos, unos sofocados y otros aspirando con dificultad el aire viciado de los ahogantes túneles cuando, por fin, llegamos a una galería mucho más amplia que nos conduce a la sala del sarcófago de granito que, sin la decoración que cualquiera esperaría, reposa vacío y austero entre paredes completamente lisas. Debemos estar en el centro de la pirámide, en el centro de uno de los representantes culturales más importantes de la Humanidad. Sin embargo, nos cuesta tanto respirar que entre jadeos ajenos y propios damos la vuelta para salir de nuevo al aire cálido de Giza, que ahora se nos antoja agradable y hasta fresco.

Después de este recorrido no apto para claustrofóbicos y tras descansar unos minutos, regateamos con un insistente taxista para llegar hasta el centro de El Cairo, donde debemos atravesar el río Nilo hasta el barrio de Zamalek en la isla de Al Gezirah para encontrarnos con nuestro amigo Kareem. Desde el taxi, las viejas pirámides se pierden entre los edificios contemporáneos de los barrios aledaños formando una peculiar imagen difícil de olvidar. 
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El Cairo con las Pirámides al fondo por pixxiefish en flickr
El taxista ameniza el camino con música egipcia que nos recuerda a las danzas de vientre de algunas películas mientras nos adentramos poco a poco en la locura de El Cairo, donde las avenidas se convierten en una maraña de vehículos que vienen y van a la vez que algunos peatones prácticamente se juegan, al menos, alguna extremidad al intentar cruzar. Siguiendo la rivera del Nilo, dejamos a un lado el Giza Zoo y, a través del Puente 6 de octubre entramos en Zamalek, símbolo de El Cairo moderno. En este barrio en mitad del Nilo se encuentran muchos puntos de interés como el Museo de Arte Moderno de El Cairo y el de la Civilización Egipcia, el Palacio Gazira y la Torre de El Cairo, abierta a diario y con un bar y restaurante en su parte más alta desde donde divisar las mejores vistas de la ciudad. 

Llegamos a la parte norte de la pequeña isla y bajamos a las puertas del café Left Bank, donde hemos quedado con Kareem, que todavía no ha llegado. El ambiente en Left Bank es moderno y agradable, con decoración en blanco, plata y gris, un mapa que recrea el centro de El Cairo a modo de mosaico en el suelo y unos enormes ventanales con vistas al río Nilo. Decidimos esperar en uno de los rincones con cómodos sofás y, de repente, Kareem aparece con una taza de té Shay y un vaso de zumo de limón y menta (¡el favorito de los egipcios!) que deja en la mesa de cristal antes de saludarnos. La elección de Kareem es muy acertada y con ella hace honor a la traducción de su nombre: 'generoso'. Mientras esperamos a que traiga su café con leche sabor caramelo, le comentamos lo emocionados que estamos aún con nuestra visita a las pirámides, algo que suele ocurrirle a todo el mundo según nos comenta entre risas nuestro amigo. Además, nos insiste en que debemos volver por la noche a Giza para asistir al espectáculo de luz y sonido en las pirámides.

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La Torre de El Cairo presidiendo Zamalek, por llee_wu en flickr
El Cairo ha conocido en los últimos años un antes y un después en su vida social. La denominada Primavera Árabe, una serie de alzamientos populares ocurridos en distintos países árabes entre 2010 y 2014, tuvo su punto álgido en El Cairo en los primeros meses de 2011, cuando debido a las protestas el gobierno decidió dimitir y proclamar nuevas elecciones. La Plaza de Tahrir (que significa Plaza de la Libertad), no demasiado lejos de donde nos encontramos, se convirtió en el símbolo de la Revolución y en el centro de celebraciones, aunque después de elegir al nuevo gobierno hubo nuevas protestas que aún se mantienen por aprobarse medidas que la mayoría de la sociedad tampoco ve con buenos ojos. Debido a estos movimientos, el número de turistas en el centro de la ciudad se ha visto afectado, algo que según nos comenta Kareem podemos aprovechar para, por ejemplo, encontrar buenos precios en Khan el Khalili, el bazar de El Cairo conocido internacionalmente por sus callejuelas repletas de puestos donde regatear todo tipo de productos.
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Khan el Khalili, el zoco de El Cairo, por TheOnlyMoxey en flickr
Egipto ha sido colonizado por los británicos durante más de 70 años, dejando un vestigio arquitectónico muy importante en sus calles. Por eso, Kareem nos recomienda visitar el Downtown y admirar sus edificios de estilo europeo, un viaje al pasado para él. En el centro también encontramos el famoso Museo Egipcio de El Cairo, una cita obligada en la ciudad donde admirar la mayor colección de objetos del Antiguo Egipto, incluyendo la conocida Máscara Mortuoria de Tutankamón.

Al igual que nuestras bebidas, la mañana ha finalizado por completo y Kareem insiste en llevarnos a un lugar muy cercano donde degustar lo que para él es un típico 'desayuno egipcio', aunque para nosotros es más bien un almuerzo en toda regla. Zooba es un lugar muy transitado y uno de los mejores según Kareem. El desayuno, consistente en foul (judías) y tamias (falafels) con queso local, algo que parece delicioso mientras nos lo sirven. Después del viaje y la visita a las pirámides, la comida egipcia nos devuelve la energía de golpe.
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Continuando con la conversación, Kareem nos habla del Cairo Viejo o Islamic Cairo, también en el centro, donde se localizan las mezquitas y antiguos palacios más espectaculares: la Mezquita de Muhammad Alí o Mezquita de Alabastro, la más visible de la ciudad debido a la altura del terreno donde está colocada y la Mezquita Inb Tulun, construida hacia el s. IX, ambas dentro de la denominada Ciudatela junto a la Madrasa del Sultán Hassan o las antiguas puertas de Bab al-Futuh, entrada norte a la vieja muralla de El Cairo y las de Bab Al-Nasr o 'Puertas de la Victoria' del año 1087. Al lado de la Mezquita Ibn Tulun encontramos, además, el museo de Gayer Anderson, con diversos objetos árabes y una estancia que se utilizaba como harem y, más apartada, la Mezquita Al Fath, la más grande del país que se levanta en el norte de la ciudad. 
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Mezquita Ibn Tulun por Pete Foley en flickr
Kareem nos recomienda, además, visitar el Barrio Copto, como se conoce a los cristianos en Egipto. Éste es un barrio de callejuelas pequeñas, algo apartado y seguro. En él, a la salida de la parada de metro Mar Girgis se encuentra la Iglesia de Santa María, también conocida como 'iglesia colgante' porque está construida sobre diversas edificaciones anteriores: la antigua muralla de Babilonia, edificaciones romanas y distintas iglesias. Su aspecto exterior es bastante moderno pero en el interior, de acceso gratuito, encontramos los restos de anteriores edificios y diversas obras de arte. Detrás de esta iglesia se localiza la Sinagoga Ben Ezra, edificada donde se supone que se encontró la cuna de Moisés cuando, siendo aún bebé, fue rescatado de las aguas por la hija del Faraón. Siguiendo con sucesos bíblicos aunque de distinto Testamento, en este barrio está también la Iglesia de San Sergio, que conserva una caverna en su interior donde dicen que se refugió la Sagrada Familia en su huída a Egipto. 

Aunque habiendo visitado todo lo anterior, todavía nos quedarían lugares sin ver en El Cairo, merece la pena según nos comenta Kareem, programar el viaje para visitar algunas zonas alejadas de la ciudad como Sakkara, algo más cerca, o el Valle de los Reyes y el Templo de Luxor, que merece la pena visitar ya que uno ha llegado hasta aquí. Para ello, deberemos dejar nuestro lado aventurero y convertirnos en turistas de verdad a través de algún crucero por el Nilo, la manera más sencilla de visitarlos.

Sin previo aviso y tras una rápida mirada a lo que se aprecia de la concurrida calle desde dentro de Zooba, Kareem nos empuja de nuevo al caótico Cairo y sus sonidos de claxon de coche y algarabía popular, la ciudad donde el antiguo minarete de una hermosa mezquita lucha en altura con el edificio más moderno del momento, una cultura que un occidental debe apreciar con la mirada pura de un recién nacido, olvidando todas sus costumbres cívicas para conseguir abrir su mente al descubrimiento de una nueva manera de ver la vida, sin pretensiones y respirando hondo para encontrar la paz en mitad del desorden más absoluto. 

Kareem conduce con la astucia del que juega en casa y rápidamente el gigante de agua que vio nacer la ciudad se hace con el horizonte y todo lo que cabe en nuestras miradas es la inmensidad del río Nilo cruzando El Cairo y su diversa arquitectura. En Egipto todo empieza y acaba con el Nilo, fuente de vida de la mayoría de la población egipcia desde hace milenios. Las múltiples expediciones que han intentado encontrar su nacimiento, que ahora sitúan entre Ruanda y Tanzania, junto a las civilizaciones formadas a su paso, le ha otorgado el misticismo que le ha venido acompañando a lo largo de la Historia. Y ahora estamos frente a él, esperando en un muelle para surcar sus aguas como exploradores en las típicos falucas, barcos de pequeño tamaño con velas triangulares utilizados en Egipto y otras zonas de África del Norte y Oriente desde la antigüedad.
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Falucas en el Nilo, por Clarence en flickr
El sol va cayendo lentamente y la brisa vuelve a rozarnos las mejillas, esta vez para darnos la bienvenida a un viejo barco de vela que se balancea inquieto en las aguas del Nilo. Como los coches en las calles de la ciudad, el río también está repleto defalucas que navegan a nuestro alrededor, confundiendo sus velas con los edificios que enmarcan el momento. Tras unos minutos de charla en los que Kareem señala los edificios que distingue desde el río, el nudo de barcos va desapareciendo y el Nilo se va ensanchando cada vez más por delante de la proa, donde una niña señala con el dedo algo que llama su atención. Curiosos por lo que pueda estar ocurriendo en el río nos acercamos hasta ella sin mediar palabra y, casi cegados por el choque de los rayos del sol en el agua que tanto llamaban la atención de la niña, volteamos la mirada para comprobar cómo el tono rojizo y cobre de los últimos barrios cairotas a la vista sellan un inolvidable día rodeados de un caos mágico que ya nos ha conquistado.
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Ilustraciones: Aarón Mora, el ilustrador de Espresso Fiorentino



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