Luis LÓPEZ GALÁN
Hay lugares que pueden identificarse fácilmente gracias a sus monumentos o costumbres, a esa calle que aparecía en una famosa película o al restaurante reconocido por títulos y records. En el otro lado están las ciudades y pueblos donde las sensaciones constituyen la verdadera personalidad del lugar: el sabor de sus platos, el aroma de sus calles o el color de los tejados de las casas, los que brillan bajo el sol y se introducen en la memoria más íntima del viajero para siempre. Al adentrarnos por la céntrica Rue des Grands Carmes, nos percatamos de que Bruselas es la excepción que se sitúa en ambas vertientes y que cumple con todas y cada una de las pautas anteriores: el color rojizo de sus muros es sin duda el perfecto acompañante del intenso olor a chocolate y gaufre que en las calles de cuento de Bruselas se respira, un cuento que se ha mezclado con la más ferviente modernidad para convertirse en el actual corazón de Europa.

Las calles del centro de Bruselas son pequeñas, coquetas y acogedoras, como si hubiesen sido creadas especialmente para la temporada otoñal que inauguramos en ellas. El aire es frío al llegar a la desembocadura de la calle, donde un numeroso grupo de personas se arremolina alrededor de un sencillo rincón. Allí, entre varias chocolaterías de postín, un pequeño gran monumento aguarda en la esquina con la Rue de L'Etuve. Pequeño por su tamaño y grande por su fama internacional, el 'Manneken Pis' asombra con sus apenas 61 centímetros y su peculiar imagen. Se trata de una estatua de bronce de un niño orinando que, según dicen, viene a representar el alma libre de los habitantes de Bruselas. El niño lleva luciendo su poco pudor en la misma esquina desde el s. XV, fecha en la que estaba construido de piedra hasta el s. XVII, cuando se sustituyó por la actual imagen que es sin duda uno de los iconos de la ciudad.
La estrecha calle donde culmina la esquina donde está situada la estatuilla lleva hasta otro de los puntos clave de la ciudad, la Grand Place, no sin antes caminar entre multitud de pequeñas y grandes tiendas que lucen en sus escaparates el que conforma el símbolo gastronómico del país: el chocolate belga, protegido por la marca nacional 'Ambao' que garantiza el producto 100% natural. Se dice que fue el belga Jean Neuhaus quien inventó la caja de bombones o chocolates para mantener la temperatura de los dulces después de la compra. Caminar por Bruselas lleva sin poder evitarlo a toparse de bruces con los denominados 'gofres de lieja' (gauffre de liege), caracterizados por su masa compacta, y también con fresas recubiertas de cientos de tipos de chocolates, por si los puntiagudos tejados de los edificios y el encanto de la arquitectura medieval, gótica, neo-barroca y flamenca de la ciudad no fuera suficiente.
Como habíamos deducido con la ayuda de nuestro mapa y de las señalizaciones, la famosa Grand Place se abre majestuosa al término de la calle de los mil chocolates. En palabras de Victor Hugo, ésta es la plaza más bella del mundo y, al adentrarnos en ella asombrados por la belleza del Ayuntamiento y la Casa del Rey, debemos admitir que el novelista no iba mal encaminado. La que fuera su casa, Le Pigeon, aún descansa en los números 26 y 27 de la plaza. En mitad del lugar, perdida entre la exuberante ornamentación de la arquitectura, nuestra amiga Tatiana nos espera sonriente, observando los edificios que le han acompañado a lo largo de su vida y que aún parecen sorprenderla. Tatiana es una bella amiga y compañera de recuerdos pasados de trabajo y de ocio, de inolvidables y también difíciles aventuras. Por ello, nuestro reencuentro con ella es emocionante y ruidoso, dada la algarabía y la intensidad que Tatiana demuestra en casi cada uno de sus actos. Ahora, al apreciar el carácter abierto y desinhibido de los bruselenses, sabemos de donde provenía esta desmesurada manera de ser.
La estrecha calle donde culmina la esquina donde está situada la estatuilla lleva hasta otro de los puntos clave de la ciudad, la Grand Place, no sin antes caminar entre multitud de pequeñas y grandes tiendas que lucen en sus escaparates el que conforma el símbolo gastronómico del país: el chocolate belga, protegido por la marca nacional 'Ambao' que garantiza el producto 100% natural. Se dice que fue el belga Jean Neuhaus quien inventó la caja de bombones o chocolates para mantener la temperatura de los dulces después de la compra. Caminar por Bruselas lleva sin poder evitarlo a toparse de bruces con los denominados 'gofres de lieja' (gauffre de liege), caracterizados por su masa compacta, y también con fresas recubiertas de cientos de tipos de chocolates, por si los puntiagudos tejados de los edificios y el encanto de la arquitectura medieval, gótica, neo-barroca y flamenca de la ciudad no fuera suficiente.
Como habíamos deducido con la ayuda de nuestro mapa y de las señalizaciones, la famosa Grand Place se abre majestuosa al término de la calle de los mil chocolates. En palabras de Victor Hugo, ésta es la plaza más bella del mundo y, al adentrarnos en ella asombrados por la belleza del Ayuntamiento y la Casa del Rey, debemos admitir que el novelista no iba mal encaminado. La que fuera su casa, Le Pigeon, aún descansa en los números 26 y 27 de la plaza. En mitad del lugar, perdida entre la exuberante ornamentación de la arquitectura, nuestra amiga Tatiana nos espera sonriente, observando los edificios que le han acompañado a lo largo de su vida y que aún parecen sorprenderla. Tatiana es una bella amiga y compañera de recuerdos pasados de trabajo y de ocio, de inolvidables y también difíciles aventuras. Por ello, nuestro reencuentro con ella es emocionante y ruidoso, dada la algarabía y la intensidad que Tatiana demuestra en casi cada uno de sus actos. Ahora, al apreciar el carácter abierto y desinhibido de los bruselenses, sabemos de donde provenía esta desmesurada manera de ser.
Según nos cuenta nuestra amiga, la Grand Place es el centro social y cultural de la ciudad, un lugar que históricamente ha acogido escenas de violencia y muerte pero donde en la actualidad se realizan multitud de eventos y festividades donde la población se entremezcla con los turistas. El Ayuntamiento u Hotel de Ville, construido en 1459, es sin lugar a dudas la estrella arquitectónica con su torre de 96 metros coronada por la estatua de San Miguel. Otros edificios importantes son la Casa del Rey o Maison du Roi, reconvertida en el Museo de la Ciudad, la Maison des Ducs de Brabant con elementos de raíz flamenca o Le Roy d'Espagne, un bar mítico por su cerveza y sus vistas sobre la plaza. Y es que la cerveza tiene una gran importancia en la vida de los belgas. La tradición cervecera del país se remonta a la Edad Media y existen más de 1500 tipos de ella, algunos incluso con su propia jarra, en la que no puede servirse una cerveza que no sea exactamente para la que ha sido creada.
Con semejante historial, Tatiana decide cambiar el café por unas enormes jarras de cerveza belga en Deilirium, un conocido bar de la capital. Para llegar hasta él, nuestra amiga nos conduce a través de la Rue de la Colline hasta llegar a una especie de pasadizo peatonal repleto de elegantes comercios. Se trata de las Galerías Reales de Saint Hubert, un conjunto de tres pasajes ('de la Reina', 'del Rey' y 'de los Príncipes'), construidos bajo los edificios que albergan tiendas de lujo y distinguidas chocolaterías. Los tres pasillos están separados por distintas plazas entre ellos, aunque en la primera nuestros pasos se dirigen hacia la izquierda para tomar la Rue des Bouchers y llegar al bar favorito de nuestra amiga.
Con semejante historial, Tatiana decide cambiar el café por unas enormes jarras de cerveza belga en Deilirium, un conocido bar de la capital. Para llegar hasta él, nuestra amiga nos conduce a través de la Rue de la Colline hasta llegar a una especie de pasadizo peatonal repleto de elegantes comercios. Se trata de las Galerías Reales de Saint Hubert, un conjunto de tres pasajes ('de la Reina', 'del Rey' y 'de los Príncipes'), construidos bajo los edificios que albergan tiendas de lujo y distinguidas chocolaterías. Los tres pasillos están separados por distintas plazas entre ellos, aunque en la primera nuestros pasos se dirigen hacia la izquierda para tomar la Rue des Bouchers y llegar al bar favorito de nuestra amiga.
Es media tarde y en el bar se respira un ambiente festivo, de algarabía y de amistad. Las cervezas vienen y van y nos dejamos llevar por el buen gusto de Tatiana para degustar la Kriek Lindemans, su favorita. Dentro del local, el click de una cámara haciéndonos una fotografía nos sorprende. En un rincón, David Olkarny sonríe detrás del objetivo. Él es el novio de Tatiana y uno de los mejores fotógrafos del país. Con la pareja, disfrutamos de la Bruselas más real: la de la risa y el carácter abierto y amigable de su gente, que nos demuestran que estamos en el mismo corazón de Europa. Sin embargo, esa sensación es aún más apreciable en el denominado 'barrio europeo', a unos veinte minutos del centro, donde se concentran las sedes de la Unión edificadas en la ciudad: el Consejo Europeo, la Comisión Europea, el Secretariado general del Consejo de la Unión Europea y el Parlamento Europeo, por algo Bruselas es conocida como la capital de todo el continente. Este privilegio se le otorgó a partir de los años 1950 gracias al carácter neutral que Bélgica siempre adoptó en diferentes conflictos y a su ubicación geográfica central. Este barrio, atravesado por la Avenida Robert Schuman, ministro francés considerado 'padre de Europa', alberga también la Casa de la Historia Europea y se encuentra junto al Parque del Cincuentenario, donde se erige un espectacular Arco del Triunfo construido en 1905.
Al otro lado de la ciudad, junto al inmenso Parque Laeken, el que probablemente sea el tercer símbolo de Bruselas junto al Manneken Pis y a la Grand Place se levanta con sus 102 metros de altura: el Atomium, una estructura formada por nueve esferas de acero de 18 metros de diámetro que representa un cristal de hierro ampliado 165 mil millones de veces. Aunque se construyó con una duración estimada de seis meses para la Feria Mundial de 1958, pronto los habitantes lo convirtieron en un icono y el Atomium permaneció en su ubicación actual. Sin ser especialmente bonito, el monumento es espectacular y uno de esos lugares que uno debe visitar al conocer la ciudad de Bruselas.
Con la segunda ronda de cervezas, la tarde empieza a caer y el bar se llena de gente que busca disfrutar de los primeros momentos de la noche en Bruselas, una ciudad donde la tradición y la modernidad se entremezclan como en ningún otro lugar. Pero esta vez, la alegría de nuestra amiga Tatiana y la diversión del momento nos obligan a posponer la despedida. Con los abrigos preparados, las puertas del Delirium vuelven a abrirse al ritmo de los latidos del corazón del Viejo Continente. La noche europea de Bruselas nos espera.
Al otro lado de la ciudad, junto al inmenso Parque Laeken, el que probablemente sea el tercer símbolo de Bruselas junto al Manneken Pis y a la Grand Place se levanta con sus 102 metros de altura: el Atomium, una estructura formada por nueve esferas de acero de 18 metros de diámetro que representa un cristal de hierro ampliado 165 mil millones de veces. Aunque se construyó con una duración estimada de seis meses para la Feria Mundial de 1958, pronto los habitantes lo convirtieron en un icono y el Atomium permaneció en su ubicación actual. Sin ser especialmente bonito, el monumento es espectacular y uno de esos lugares que uno debe visitar al conocer la ciudad de Bruselas.
Con la segunda ronda de cervezas, la tarde empieza a caer y el bar se llena de gente que busca disfrutar de los primeros momentos de la noche en Bruselas, una ciudad donde la tradición y la modernidad se entremezclan como en ningún otro lugar. Pero esta vez, la alegría de nuestra amiga Tatiana y la diversión del momento nos obligan a posponer la despedida. Con los abrigos preparados, las puertas del Delirium vuelven a abrirse al ritmo de los latidos del corazón del Viejo Continente. La noche europea de Bruselas nos espera.
Ilustraciones: Aarón Mora, el ilustrador de Espresso Fiorentino.
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