Luis LÓPEZ GALÁN
Hay ciudades que cuentan con una personalidad tan auténtica que atrapa y que consigue hacer al que viaja partícipe de costumbres e historias que comienzan a calar en el alma con una sola mirada. Así es Barcelona, la llamada Ciudad Condal que esconde en sí misma un centenar de ciudades diferentes. Está la Barcelona modernista, la de un paseo en bicicleta por las ramblas, la de la playa y el mar, la gótica, la de Gaudí, la que se vive en la Boquería y en los barrios más antiguos, la de las amplias y lujosas avenidas... y la del café a media tarde entre las risas y la alegría características de un país que luce orgulloso uno de sus lugares más emblemáticos. Volvemos a España, llegamos a Barcelona.
Las primeras impresiones, como en la vida, son también significativas para cualquier viajero que se precie. Gracias a ellas, nuestra mente inquieta comienza a adecuarse a un nuevo lugar y, quién sabe, puede que sean las que formen ese recuerdo que después guardaremos con cariño en nuestro corazón. Conocedores del asunto, nuestra primera parada en Barcelona ha sido elegida a conciencia debido a su espectacularidad. Para lograrlo, hemos llegado hasta la parada de metro de Vallcarca para continuar sobre la avenida del mismo nombre hasta encontrarnos a mano izquierda con la Baixada de la Gloria, poco queda que añadir a semejante título. Al adentrarnos en ella, los edificios modestos y austeros de la zona contrastan de repente con lo que a simple vista parecen unas escaleras mecánicas a pie de calle. Con unos cuantos pasos más así lo corroboramos, la Barcelona contemporánea nos aligera el paso hasta el primer destino del día: el Parque Güell. Al subir por las escaleras accedemos al recinto a través de una de sus puertas laterales, por lo que hay que continuar caminando para llegar al epicentro arquitectónico del lugar. Sin embargo, lo que a simple vista se nos antoja como inconveniente tarda pocos segundos en dar sus propias muestras para demostrarnos lo contrario. Desde una pequeña colina y con el Parque Güel a nuestros pies, la ciudad entera circuncidada por el Mediterráneo inunda nuestra mirada.

Los orígenes del centenario Parque Güell se remontan curiosamente a la Exposición Universal de París de 1878. En aquellos días Barcelona era ya una urbe cosmopolita que trataba de abrirse a Europa y al mundo con sus aires modernos. Fue en París cuando el industrial Eusebi Güell se fijó en algunos trabajos expuestos por el arquitecto Antoni Gaudí. Años más tarde y después de haber confiado en él para otros proyectos, Güell le encargó al fin la construcción de una urbanización para familias acaudaladas que habría de convertirse después en este parque. En él, Gaudí plasmó sus dotes para el Art Nouveau en un recinto multiforme de azulejos de colores, animales fantásticos, pequeñas casas de cuento y unas espectaculares vistas sobre la ciudad. Pero en el mirador curvilíneo diseñado por Gaudí, la presencia de una joven bella ataviada con un elegante sombrero deja los edificios de Barcelona en un segundo plano. El resto de visitantes también lo notan y la miran con disimulo buscando una cámara que no consiguen encontrar. Y es que parece que algún director de cine la hubiera dejado allí para que la ciudad al completo pudiera enamorarse de ella. Sin poder disimular la sonrisa, caminamos orgullosos hasta el lugar desde donde continúa perdiendo su mirada en el horizonte. Ella es la actriz Elena Blasco y, esta vez, los afortunados a los que espera somos nosotros.
Además de una gran actriz, Elena es una buena amiga con quien hemos vivido momentos hermosos y también difíciles. Barcelonesa de pro, su corazón se reparte por diferentes partes del mundo. Sin embargo, siempre regresa a su ciudad natal, la que ahora descansa frente a ella. Cuando se da cuenta de nuestra presencia, Elena despliega su lado más inocente, el que sólo conocen sus amigos, para abrir sus brazos casi como ya lo ha hecho Barcelona. El reencuentro, rodeados de árboles verdes y del azul del mar, se extiende en varios minutos de emociones, risas y recuerdos.
A partir de este momento, Elena se convierte en nuestra guía y decide continuar la ruta Gaudí mostrándonos el ejemplo más universal del genio del artista: la Basílica de la Sagrada Familia. Antes de salir del parque, sin embargo, apunta con su dedo índice un lugar para nosotros indeterminado de la montaña. Allí, entre la vegetación, se extiende el Monte Tibidabo, la cima más alta coronada por una estatua de Cristo y un Parque de Atracciones. Si las vistas desde el Parque Güell son imponentes, las que se deben apreciar en la noria y las distintas atracciones del parque del Tibidabo deben ser, al menos, más divertidas.
Además de una gran actriz, Elena es una buena amiga con quien hemos vivido momentos hermosos y también difíciles. Barcelonesa de pro, su corazón se reparte por diferentes partes del mundo. Sin embargo, siempre regresa a su ciudad natal, la que ahora descansa frente a ella. Cuando se da cuenta de nuestra presencia, Elena despliega su lado más inocente, el que sólo conocen sus amigos, para abrir sus brazos casi como ya lo ha hecho Barcelona. El reencuentro, rodeados de árboles verdes y del azul del mar, se extiende en varios minutos de emociones, risas y recuerdos.
A partir de este momento, Elena se convierte en nuestra guía y decide continuar la ruta Gaudí mostrándonos el ejemplo más universal del genio del artista: la Basílica de la Sagrada Familia. Antes de salir del parque, sin embargo, apunta con su dedo índice un lugar para nosotros indeterminado de la montaña. Allí, entre la vegetación, se extiende el Monte Tibidabo, la cima más alta coronada por una estatua de Cristo y un Parque de Atracciones. Si las vistas desde el Parque Güell son imponentes, las que se deben apreciar en la noria y las distintas atracciones del parque del Tibidabo deben ser, al menos, más divertidas.

Volviendo al metro, detenemos de nuevo nuestros pasos en la estación Sagrada Familia para, al salir a la calle, comprobar por nosotros mismos el carácter tan especial de un edificio que atrae a millones de visitantes al año. La construcción del templo comenzó en 1882 y aunque el arquitecto trabajó en ella hasta el día de su muerte, aún hoy continúa. De hecho, entre las torres cónicas ya construidas que se elevan hasta el cielo es posible ver las grúas trabajando sin cesar en este faraónico proyecto cuya fachada principal (del Nacimiento), y cripta fueron inscritas por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad. La decoración artística del templo es exuberante y la conforman elementos de la vida más humana de Jesucristo como herramientas o utensilios populares, así como diferentes animales domésticos. Durante la época de la Navidad, según nos comenta Elena, en el pequeño parque que adorna la entrada al templo se forma un coqueto mercadillo.
Y de un punto representativo hasta otro. A través del subsuelo de la ciudad llegamos hasta la Rambla de Santa Mónica, que culmina en una majestuosa estatua de Cristóbal Colón presidiendo el Puerto de Barcelona. El término 'rambla' es es la forma catalanizada (el idioma catalán es hablado en esta zona de España), del árabe ramla, que significa arenal. Este paseo comunica el puerto, ubicado junto al Maremágnum y la Playa de la Barceloneta, con la céntrica Plaza de Cataluña.
La vida de la ciudad se deja ver con claridad en la Rambla, donde miles de personas pasean cada día entre puestos de flores y joyas, mimos y fachadas tan bellas como la del Teatro del Liceo. El paseo de las ramblas marca, además, el límite entre dos de los barrios más populares de Barcelona: la Ciutat Vella y el barrio Gótico. En el primero de ellos, a la izquierda si caminamos en dirección a la Plaza de Cataluña, se encuentran lugares tan importantes como el Palacio Güell, uno de los primeros ejemplos de la arquitectura de Gaudí en la ciudad, el Museo de Arte Contemporáneo o el Mercado de la Boquería, situado en la misma Rambla. La Boquería y sus productos frescos y coloridos se han convertido en un atractivo turístico más de la ciudad. En este lado izquierdo se extiende también la zona del Raval, el área multicultural donde conviven diferentes nacionalidades y donde surgió la famosa rumba catalana. Pasando el Raval, las calles continúan hasta el barrio de Montjuic, donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1992 junto a la Plaza de España, cuya fuente ofrece espectáculos nocturnos a los pies de Las Arenas, una antigua plaza de toros reconvertida en centro comercial.
Y de un punto representativo hasta otro. A través del subsuelo de la ciudad llegamos hasta la Rambla de Santa Mónica, que culmina en una majestuosa estatua de Cristóbal Colón presidiendo el Puerto de Barcelona. El término 'rambla' es es la forma catalanizada (el idioma catalán es hablado en esta zona de España), del árabe ramla, que significa arenal. Este paseo comunica el puerto, ubicado junto al Maremágnum y la Playa de la Barceloneta, con la céntrica Plaza de Cataluña.
La vida de la ciudad se deja ver con claridad en la Rambla, donde miles de personas pasean cada día entre puestos de flores y joyas, mimos y fachadas tan bellas como la del Teatro del Liceo. El paseo de las ramblas marca, además, el límite entre dos de los barrios más populares de Barcelona: la Ciutat Vella y el barrio Gótico. En el primero de ellos, a la izquierda si caminamos en dirección a la Plaza de Cataluña, se encuentran lugares tan importantes como el Palacio Güell, uno de los primeros ejemplos de la arquitectura de Gaudí en la ciudad, el Museo de Arte Contemporáneo o el Mercado de la Boquería, situado en la misma Rambla. La Boquería y sus productos frescos y coloridos se han convertido en un atractivo turístico más de la ciudad. En este lado izquierdo se extiende también la zona del Raval, el área multicultural donde conviven diferentes nacionalidades y donde surgió la famosa rumba catalana. Pasando el Raval, las calles continúan hasta el barrio de Montjuic, donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1992 junto a la Plaza de España, cuya fuente ofrece espectáculos nocturnos a los pies de Las Arenas, una antigua plaza de toros reconvertida en centro comercial.
A pesar de los atractivos de esta zona de la ciudad, a la que regresaremos a la hora de comer, Elena nos dirige hacia las calles que quedan a nuestra derecha al caminar por la Rambla. Así, dejando a un lado la neoclasicista Plaça Reial, caminamos a través de la Calle Ferrán adentrándonos en el Barrio Gótico para llegar hasta la Plaza de Sant Jaume, sede del Ayuntamiento de Barcelona. Aquí y aprovechando el hambre que trae consigo la media mañana, nos detenemos en una cafetería con vistas a la plaza para degustar la recomendación de nuestra amiga: un café bombón con unas catànies, almendras tostadas y caramelizadas muy típicas que incluso algunos novios se intercambian en la ceremonia nupcial a modo de arras. Aunque nos hayamos decantado por el dulce, el pà amb tomaquet o pan con tomate es otra comida representativa de Cataluña que también se toma tradicionalmente por la mañana.
El Barrio Gótico es el centro histórico de Barcelona, su parte más antigua y la que, probablemente, conserve un mayor encanto en sus estrechas calles de piedra. Nuestra ruta por esta zona parte desde la Plaza de Sant Jaume tomando la calle del Bisbe, que tras unos minutos nos deja con la preciosa Plaza de San Felipe Neri y el Museo del Calzado a la izquierda y con la imponente Catedral de Barcelona a la derecha. El templo fue construido durante los siglos XIII a XV sobre una antigua catedral románica que se había levantado a su vez en los restos de una iglesia visigoda a la que precedió una basílica paleocristiana. La impresionante fachada, sin embargo, terminó de construirse mucho después, en el año 1929. Detrás de la Catedral, la casi imperceptible calle Paradis esconde un secreto del Barrio Gótico que para muchos pasa desapercibido: las columnas y el basamento de lo que fue el Templo de Augusto en época romana. De vuelta a la Plaza Nueva donde se encuentra la Catedral, al caminar unos pasos nos encontramos con el Mercado de Santa Caterina, cuyo modernista y colorido techo cobija puestos de comida, bares y restaurantes de moda.
Las calles que quedan detrás de Santa Caterina conducen directamente hasta el Museo Picasso, que alberga entre otras obras Las Meninas del genial pintor, y a la zona conocida como El Borne, donde se encuentra el Antiguo Mercado del Borne, reconvertido en Centro Cultural con yacimientos arqueológicos, y la famosa Basílica de Santa María del Mar, el hermoso templo gótico que inspiró a Ildefonso Falcones en su novela La Catedral del Mar.
El Barrio Gótico es el centro histórico de Barcelona, su parte más antigua y la que, probablemente, conserve un mayor encanto en sus estrechas calles de piedra. Nuestra ruta por esta zona parte desde la Plaza de Sant Jaume tomando la calle del Bisbe, que tras unos minutos nos deja con la preciosa Plaza de San Felipe Neri y el Museo del Calzado a la izquierda y con la imponente Catedral de Barcelona a la derecha. El templo fue construido durante los siglos XIII a XV sobre una antigua catedral románica que se había levantado a su vez en los restos de una iglesia visigoda a la que precedió una basílica paleocristiana. La impresionante fachada, sin embargo, terminó de construirse mucho después, en el año 1929. Detrás de la Catedral, la casi imperceptible calle Paradis esconde un secreto del Barrio Gótico que para muchos pasa desapercibido: las columnas y el basamento de lo que fue el Templo de Augusto en época romana. De vuelta a la Plaza Nueva donde se encuentra la Catedral, al caminar unos pasos nos encontramos con el Mercado de Santa Caterina, cuyo modernista y colorido techo cobija puestos de comida, bares y restaurantes de moda.
Las calles que quedan detrás de Santa Caterina conducen directamente hasta el Museo Picasso, que alberga entre otras obras Las Meninas del genial pintor, y a la zona conocida como El Borne, donde se encuentra el Antiguo Mercado del Borne, reconvertido en Centro Cultural con yacimientos arqueológicos, y la famosa Basílica de Santa María del Mar, el hermoso templo gótico que inspiró a Ildefonso Falcones en su novela La Catedral del Mar.
El paseo por el Barrio Gótico se ha extendido más de lo previsto, algo que sucede habitualmente cuando uno está disfrutando, y Elena acelera el ritmo para volver a la Rambla y atravesarla hasta la calle del Hospital. En ella se encuentra la Plaça de Sant Agustí y el Restaurante Rita Blue, un lugar cosmopolita con comida mediterránea y también platos internacionales acompañados de ricos y elaborados cocktails. Durante la comida y antes de llegar al postre, que como no puede ser de otro modo será una tradicional crema catalana, nuestra amiga nos habla del Parque del Mistos o de las Cerillas, una obra pop-art al aire libre realizada por el artista sueco Claes Oldenburg que representa una caja de cerillas de gran tamaño y vistosos colores. Algunas enormes cerillas están prendidas y otras desparramadas por el lugar. Uno de esos secretos de la Barcelona más desconocida.
Con el dulce sabor de la crema catalana aún en los labios, el día prosigue entre calles y rápidos atajos que nos llevan hasta las puertas del Palau de la Música Catalana, proyectado por el arquitecto Domènech i Montaner, representante del modernismo catalán, y construido entre los años 1905 y 1908. Sus grandes muros de cristal, mosaicos y vidrieras de colores lo hacen llamativo y vistoso. Se trata de unos de los rincones favoritos de Elena que, otra vez con su sombrero, tarda unos minutos en despegar su mirada del color rosáceo del edificio y volver a la realidad. A unos pasos, la Via Laietana conduce hasta la ya nombrada Plaza de Cataluña. Desde aquí parte una de las avenidas más importantes de la ciudad: el Paseo de Gracia. En él, comercios, tiendas de moda, lujo y grandes marcas comparten protagonismo con dos nuevos representantes del universo Gaudí: la Casa Batlló, con su colorido, sus curvas y sus balcones en forma de máscara de carnaval veneciano; y un poco más lejos la Casa Milà o La Pedrera, cuya azotea representa esos mundos oníricos en los que todos nos perdemos alguna vez. La Barcelona más surrealista vuelve a hacer acto de presencia.
Con el dulce sabor de la crema catalana aún en los labios, el día prosigue entre calles y rápidos atajos que nos llevan hasta las puertas del Palau de la Música Catalana, proyectado por el arquitecto Domènech i Montaner, representante del modernismo catalán, y construido entre los años 1905 y 1908. Sus grandes muros de cristal, mosaicos y vidrieras de colores lo hacen llamativo y vistoso. Se trata de unos de los rincones favoritos de Elena que, otra vez con su sombrero, tarda unos minutos en despegar su mirada del color rosáceo del edificio y volver a la realidad. A unos pasos, la Via Laietana conduce hasta la ya nombrada Plaza de Cataluña. Desde aquí parte una de las avenidas más importantes de la ciudad: el Paseo de Gracia. En él, comercios, tiendas de moda, lujo y grandes marcas comparten protagonismo con dos nuevos representantes del universo Gaudí: la Casa Batlló, con su colorido, sus curvas y sus balcones en forma de máscara de carnaval veneciano; y un poco más lejos la Casa Milà o La Pedrera, cuya azotea representa esos mundos oníricos en los que todos nos perdemos alguna vez. La Barcelona más surrealista vuelve a hacer acto de presencia.

Desde la Plaza Cataluña, Elena dirige nuestros pasos a través de la Ronda de Sant Pere hasta lo que parece una amplia plaza con un monumento que da paso a un bonito paseo. Se trata del Arco del Triunfo barcelonés, levantado para la Exposición Universal de Barcelona de 1888 conmemorando el progreso artístico, económico y científico de la ciudad. A través de él se accede al Paseo de Lluís Companys que alberga el Palacio de Justicia y que culmina en el Parque de la Ciudatella. Al otro lado del parque, el Poble Nou y la zona financiera de Barcelona se extienden a través de la Avenida Diagonal con la Torre Agbar como principal protagonista, un rascacielos de forma cilíndrica inspirado en las torres de la Sagrada Familia. Como telón de fondo, las playas más alejadas del centro.
Los rayos del sol que nos ha venido acompañando a lo largo del día parecen ir muriendo poco a poco. Sus últimos brillos se reflejan en el color dorado de los caballos que decoran la fuente monumental del Parque de la Ciudatella. Este centenario recinto de vegetación, lagos y belleza inspirada en los Jardines de Luxemburgo de París nos cobija como si de un oasis se tratase del ruido del tráfico y el asfalto de la ciudad. Parece que la noche llama a las puertas de Barcelona y con ella, también lo hace el momento de decir adiós. Deshaciéndose del sombrero, Elena parece recoger esos pocos rayos de luz que el sol aún deja caer para iluminar de nuevo su ciudad con una mirada que nos sabe a despedida. Para siempre, bien guardadas en nuestro corazón, quedarán las imágenes de nuestra amiga conduciéndonos por la que sin duda es una de las ciudades con más identidad del mundo.
Los rayos del sol que nos ha venido acompañando a lo largo del día parecen ir muriendo poco a poco. Sus últimos brillos se reflejan en el color dorado de los caballos que decoran la fuente monumental del Parque de la Ciudatella. Este centenario recinto de vegetación, lagos y belleza inspirada en los Jardines de Luxemburgo de París nos cobija como si de un oasis se tratase del ruido del tráfico y el asfalto de la ciudad. Parece que la noche llama a las puertas de Barcelona y con ella, también lo hace el momento de decir adiós. Deshaciéndose del sombrero, Elena parece recoger esos pocos rayos de luz que el sol aún deja caer para iluminar de nuevo su ciudad con una mirada que nos sabe a despedida. Para siempre, bien guardadas en nuestro corazón, quedarán las imágenes de nuestra amiga conduciéndonos por la que sin duda es una de las ciudades con más identidad del mundo.
Ilustración: Aarón Mora, el ilustrador de Espresso Fiorentino.
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