Pero, ¿qué es lo primero que notas al saber que pasarás bastante tiempo viviendo en las lujosas estancias de un hotel de gran categoría? ¿La felicidad del recambio diario de botes de gel y champú? ¿Lo mullido de la moqueta bajo las suelas de tus zapatos? La respuesta es no, y no tardarás demasiado en cerciorarte de ello. De hecho, pasarán pocos días para que entiendas y aprecies la importancia de la privacidad, la misma que se ve condicionada a un pedazo de papel colgado del picaporte de la puerta. El momento en el que olvides colgar el No Molestar comprobarás que un hotel tiene más vida de la que esperabas: limpieza de habitación, comprobación de aire acondicionado, revisión de minibar... y por cada tarea, una persona. Todo ello contando con que ningún trabajador, sumido en sus pensamientos, no divise el cartel de tu puerta y la abra animadamente (algo que, afortunadamente, no suele ocurrir a menudo en hoteles de estas categorías).
Una vez colgado el consabido cartel en la puerta, otra palabra inundará tu mente: seguridad. Hay que admitirlo, por mucho que un hotel se convierta en tu casa, nunca te sentirás en él tan seguro como en el hogar, y si no tuviera que ser así, ¿para qué se inventaron las cajas fuertes dentro de los armarios? La seguridad, además, es aún menor cuando tus compañeros de viaje son herramientas de trabajo (ordenador, material de oficina, impresora, iPad, iPhone...). En estos y en casi todos los casos, una caja fuerte resguarda lo que se considera importante, si bien teniendo en cuenta que lo que llevamos en la maleta es todo lo que tenemos, todo debería poder guardarse bajo contraseña. 4 o 6 dígitos - Enter - Close.
En un hotel, uno entra y sale siendo recibido y despedido por las mismas caras de sonrisas permanentes, que sin embargo no siempre son genuinas. Te gustaría considerarlas parte de tu familia, por aquello de hacerlo un poco más tu hogar, pero sabes que la amabilidad en su voz es a veces verdadera y otras producto de la profesionalidad de personas cansadas (¡son personas, no robots!), que intentan mantener la imagen que su trabajo requiere. Pero no son únicamente ellos los que cohabitan en tu vida de hotel, porque esa es otra de las peculiaridades de esta vida: uno nunca está completamente solo. Las caras familiares no se limitan a los recepcionistas y los bellboys o los guardias de seguridad, que cada mañana charlan distraídamente con el vallet-parking. Existen otros huéspedes “regulares”. Personas con las que uno se cruza en su día a día, desayunando, en el lobby o en el gimnasio sin siquiera cruzar una palabra. Gente con historias y ocupaciones inimaginables: bien podrían ser agentes del servicio secreto con equipaje lleno de tecnología de seguridad o simples turistas que volverán a casa cargados de souvenirs y fotografías.
Por cada pro que habitar un hotel conlleva, es posible encontrar un marcado contra. Así, un desayuno buffet incluido, rico abanico de opciones culinarias recién hechas para comenzar el día, obliga por otro lado a salir de la cama siempre antes de las 9 (dependiendo del hotel), a riesgo de perderlo. Al leerlo pensarás que es la hora habitual a la que suena tu despertador cada mañana. Piénsalo bien, ¿cada una de las 31 mañanas del mes?
El desayuno es, eso sí, una de las mejores partes del asunto y aún así, después de tres o cuatro semanas, las casi 40 opciones de platos a elegir se vuelven tediosas, y tal como tener 180 canales de cable y no tener nada que ver, uno baja al comedor y… “no hay nada que desayunar”. ¿Creías que no había más contras?
Una de las cosas que, antes de llegar a un hotel, más preocupan o emocionan es la cama. Después de dormir una larga temporada en ella, sin embargo, únicamente extrañarás el olor de la que descansa aguardándote en el verdadero hogar. Amplia, llena de almohadones y siempre perfectamente hecha, con sábanas limpias y planchadas que hacen sentir que cada noche se duerme en una cama nueva, es, al final, uno más de los elementos que impiden, a pesar de todas las comodidades, sentirse como en casa.
La vida en el hotel, con todas las facilidades que ofrece, trae consigo ciertos “desafíos” que además de peculiares no son del todo baratos: tener un servicio de tintorería fácil y accesible, pudiendo ser utilizado simplemente rellenando un papel, conlleva contar con la posibilidad de utilizar algún servicio de lavandería de precio elevado; el siempre disponible room service te obliga a cenar platos bastante elaborados y caros, lo cual tiene implicaciones para quien esta acostumbrado a cenar un poco de leche con cereales o a no rascarse el bolsillo; tomar una copa en el bar del hotel con nuevos amigos a los que te has atrevido a hablar en el gimnasio se triplica en el precio... y así un largo etcétera.
La vida en un hotel suena para algunos glamurosa, una aventura idílica, para otros odiosa e insoportable y para muchos otros, inimaginable. Pero como siempre, el ser humano y su gran habilidad de adaptación hacen de ésta una experiencia más, a la que simplemente hay que acostumbrarse y, debemos admitirlo, disfrutar.
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