Luis LÓPEZ GALÁN
El 13 de julio de 1954 el mundo del arte mexicano perdía a la que a partir de entonces habría de convertirse en uno de sus más grandes y reconocidos mitos. Desde su Coyoacán natal en la Ciudad de México, Frida Kahlo consiguió plasmar en sus pinturas todo su sufrimiento y, por encima de todo, su libertad. El alma absolutamente libre de Frida voló por el mundo presumiendo de su independencia, pero siempre regresó a su Casa Azul en Coyoacán. 60 años después del fallecimiento de la artista, su casa nos recibe en una tarde en la que el verano comienza a madurar para regalarnos unas de las noches más mágicas de nuestra vida.
La Casa Azul perteneció a la familia Kahlo desde el año 1904 y en ella Frida nació, vivió y murió. Durante su matrimonio con Diego Rivera y también durante los años en los que la pareja vivió separada, el famoso muralista residió en el mismo domicilio. De hecho, uno de los lugares más emblemáticos de la casa es el muro en el que puede leerse Frida y Diego vivieron en esta casa 1929-1954 y en el que todos los visitantes se toman la foto de rigor (incluyéndonos a nosotros).
Antes de llegar a la Casa Azul, las bellísimas calles de Coyoacán ya transportan al paseante al México del pasado. Este rincón perdido en el sur de la inmensa Ciudad de México esconde un encanto muy particular en el ocre, amarillo y granate de sus fachadas, en el olor a tortillas recién hechas por las manos de las vendedoras en sus calles y en sus mercados de artesanías. Y del ocre al azul intenso: el Museo Frida Kahlo aparece en el paseo casi como un sueño color añil.
Gracias a la excelente conservación de la fachada y del museo en general, así como la del resto de la zona, no cuesta demasiado imaginarse a Frida Kahlo paseando ataviada con su vestido de India Tehuana ante las atónitas miradas de los niños que a su paso le preguntaban: '¿dónde está el circo?'. Frida se sabía ya en vida tejedora de su propia leyenda.
Antes de llegar a la Casa Azul, las bellísimas calles de Coyoacán ya transportan al paseante al México del pasado. Este rincón perdido en el sur de la inmensa Ciudad de México esconde un encanto muy particular en el ocre, amarillo y granate de sus fachadas, en el olor a tortillas recién hechas por las manos de las vendedoras en sus calles y en sus mercados de artesanías. Y del ocre al azul intenso: el Museo Frida Kahlo aparece en el paseo casi como un sueño color añil.
Gracias a la excelente conservación de la fachada y del museo en general, así como la del resto de la zona, no cuesta demasiado imaginarse a Frida Kahlo paseando ataviada con su vestido de India Tehuana ante las atónitas miradas de los niños que a su paso le preguntaban: '¿dónde está el circo?'. Frida se sabía ya en vida tejedora de su propia leyenda.
Llegó el momento. Al cruzar la Calle Londres, el cartel-mosaico que con pequeñas piedras forma las letras del Museo de Frida Kahlo sirve de entrada a un recibidor repleto de esqueletos de cartón y típicas piñatas de múltiples colores. México siempre presente, al igual que en la vida de la pintora. El personaje que Frida se esmeró en forjar para pasar a la historia era un compendio de todo lo mexicano: desde los vestidos tradicionales de los pueblos indígenas hasta el uso de frutas o utensilios tradicionales en sus pinturas pasando por sus vistosos y floridos peinados. Y lo consiguió: actualmente Kahlo es uno de los más importantes iconos culturales del país en todo el mundo.
Aunque por lo regular la visita al museo comienza con las primeras estancias de la casa, la nuestra no es una tarde normal y en seguida nos hacen atravesar el jardín interior para llegar hasta su parte posterior. Una vez dentro, el azul intenso de los muros y las paredes se entremezcla con el gris oscuro de otras superficies y de las numerosas figuras prehispánicas dispuestas entre las flores y los árboles. Diego Rivera era un gran coleccionista de este tipo de piezas de arte y, aunque la mayor parte de su colección se expone hoy en el Museo Anahuacalli, el jardín de la Casa Azul aún cobija alguna de las obras.
En esta zona de la casa se abre una estancia apartada que alberga la exposición 'Las apariencias engañan: los vestidos de Frida Kahlo', patrocinada por la revista VOGUE. Esta famosa publicación se fijó en el peculiar estilo de la pintora allá por el año 1939 dedicándole una portada que pasó a la historia. Frida, sus vestidos tradicionales mexicanos y sus lazos de colores insertados en las trenzas han inspirado a diseñadores y artistas de todas las décadas posteriores a su muerte. Esta interesante exposición muestra una buena parte de sus mejores vestidos y complementos.
Sin darnos opción a entrar, la propia Frida Kahlo aparece en una de las terrazas que ahora nos rodean caminando hacia nosotros ayudada por un grueso bastón de madera. Nada más lejos de la realidad, la actriz que hoy amenizará nuestra visita al museo acaba de hacer su particular acto de presencia. Sin embargo, su estupenda caracterización nos transporta en un viaje azul hasta el México de principios del siglo XIX. Y con Frida ante nosotros, comienza el show.
Aunque por lo regular la visita al museo comienza con las primeras estancias de la casa, la nuestra no es una tarde normal y en seguida nos hacen atravesar el jardín interior para llegar hasta su parte posterior. Una vez dentro, el azul intenso de los muros y las paredes se entremezcla con el gris oscuro de otras superficies y de las numerosas figuras prehispánicas dispuestas entre las flores y los árboles. Diego Rivera era un gran coleccionista de este tipo de piezas de arte y, aunque la mayor parte de su colección se expone hoy en el Museo Anahuacalli, el jardín de la Casa Azul aún cobija alguna de las obras.
En esta zona de la casa se abre una estancia apartada que alberga la exposición 'Las apariencias engañan: los vestidos de Frida Kahlo', patrocinada por la revista VOGUE. Esta famosa publicación se fijó en el peculiar estilo de la pintora allá por el año 1939 dedicándole una portada que pasó a la historia. Frida, sus vestidos tradicionales mexicanos y sus lazos de colores insertados en las trenzas han inspirado a diseñadores y artistas de todas las décadas posteriores a su muerte. Esta interesante exposición muestra una buena parte de sus mejores vestidos y complementos.
Sin darnos opción a entrar, la propia Frida Kahlo aparece en una de las terrazas que ahora nos rodean caminando hacia nosotros ayudada por un grueso bastón de madera. Nada más lejos de la realidad, la actriz que hoy amenizará nuestra visita al museo acaba de hacer su particular acto de presencia. Sin embargo, su estupenda caracterización nos transporta en un viaje azul hasta el México de principios del siglo XIX. Y con Frida ante nosotros, comienza el show.
Desde su particular balcón a la historia, nuestra Frida narra sus primeros años de vida en la Casa Azul hasta el día que marcaría su vida para siempre. El 17 de septiembre de 1925 el autobús en el que la artista viajaba chocó con un tranvía dejando a Frida contusiones en todo el cuerpo que habrían de ir minando poco a poco su salud durante el resto de su vida. Sufrió fracturas en la columna vertebral, las piernas, las costillas, el hombro izquierdo y las caderas. Por esto y hasta el día de su muerte, la pintora fue intervenida quirúrgicamente en multitud de ocasiones y durante una buena parte de su vida se vio obligada a pintar desde su silla de ruedas o tumbada en su cama. Pero como hace una bonita noche, Frida prefiere olvidar las penas entonando entre historia e historia una canción corta o alguna que otra ranchera. Así, mientras canta nos conduce, ahora sí, al interior de la Casa Azul.
Las primeras estancias han sido completamente reconvertidas en museo. En ellas, algunos de los cuadros más famosos de la artista como su obra 'Viva la Vida' comparten protagonismo con otros menos conocidos e incluso con algunos inconclusos, como un autorretrato de maravilloso potencial que lamentablemente Frida no pudo terminar.
Las primeras estancias han sido completamente reconvertidas en museo. En ellas, algunos de los cuadros más famosos de la artista como su obra 'Viva la Vida' comparten protagonismo con otros menos conocidos e incluso con algunos inconclusos, como un autorretrato de maravilloso potencial que lamentablemente Frida no pudo terminar.
Desde aquí comienzan las estancias principales de la planta baja: el comedor, la cocina y la recámara de Diego (la pareja dormía en diferentes dormitorios). Nuestra Frida particular nos narra ahora su profundo y libre amor con el pintor Rivera y los altibajos de su matrimonio, provocados en parte por las infidelidades de ambos. Tanto es así, que al celebrar sus segundos esponsales Frida pidió no mantener relaciones sexuales con su marido. Su amor, que también ha pasado a la historia, era para ellos algo casi metafísico. Pero entre platos de cerámica de colores y demás objetos mundanos también hay tiempo para que entre alguna canción Frida deje entrever sus amoríos con personajes de la talla de León Trotsky.
Unas escaleras nos conducen directamente al estudio de pintura de la artista. En él, su silla de ruedas aún se refleja en el espejo que Frida utilizaba para realizar sus famosos autorretratos rodeada de pinceles y libros. Mientras, nuestra anfitriona nos habla de sus viajes a Nueva York y París, donde acudía a las fiestas con más glamour sorprendiendo a propios y extraños con sus faldas de colores. En una de las estanterías, dos curiosos relojes llaman la atención de todos los visitantes; alrededor de los números de uno de ellos se puede leer 1939, se rompieron las horas. La fecha indica el momento en el que Frida sorprendió a Diego manteniendo relaciones con la hermana de la pintora. En el reloj de al lado, la artista marcó el día en el que se reconciliaron. Diego, Frida y sus idas y venidas.
Unas escaleras nos conducen directamente al estudio de pintura de la artista. En él, su silla de ruedas aún se refleja en el espejo que Frida utilizaba para realizar sus famosos autorretratos rodeada de pinceles y libros. Mientras, nuestra anfitriona nos habla de sus viajes a Nueva York y París, donde acudía a las fiestas con más glamour sorprendiendo a propios y extraños con sus faldas de colores. En una de las estanterías, dos curiosos relojes llaman la atención de todos los visitantes; alrededor de los números de uno de ellos se puede leer 1939, se rompieron las horas. La fecha indica el momento en el que Frida sorprendió a Diego manteniendo relaciones con la hermana de la pintora. En el reloj de al lado, la artista marcó el día en el que se reconciliaron. Diego, Frida y sus idas y venidas.

Y del estudio a la recámara de la pintora, separados apenas por unos metros. Las dos camas de Frida, la que movía de un lado a otro para no perderse ninguna fiesta y la fija, cuentan cada una con una especie de palio de madera para sujetar los espejos que la artista utilizaba para continuar auto-inspirándose aún cuando ni siquiera podía levantarse. Quizás es aquí, en su dormitorio, donde la energía de la Casa Azul se siente de una manera especial. Las paredes están plagadas de esqueletos de cartón,muebles pintados a mano, cuadros, pinturas de flores, postales antiguas. Aquí fue donde nació la descomunal fuerza vital y artística de una de esas personas que llegan al mundo con la intención de marcarlo para siempre. Y aquí también comenzó su viaje a la eternidad.
En uno de los rincones del cuarto, las cenizas de Frida Kahlo descansan en un recipiente de barro en forma de sapo prehispánico. Poca gente lo sabe y a veces incluso pasa desapercibido, pero desde ahí la propia Frida, esta vez la de verdad, sigue soñando con la libertad que tuvo que crear en su imaginación cuando su propio cuerpo se lo impedía.
La noche ya se ha vuelto oscura al salir de nuevo al jardín de la Casa Azul. Nuestra Frida entona una canción lenta para decirnos adiós y nosotros permanecemos por unos minutos envueltos en la intensa energía de este lugar. La melodía y el recuerdo de la propia pintora ya están dentro de nosotros con ánimos de permanecer ahí para siempre y, sin saber qué podríamos decir en la despedida, lo único que podemos pensar es, como dijo Frida, que viva la vida.
En uno de los rincones del cuarto, las cenizas de Frida Kahlo descansan en un recipiente de barro en forma de sapo prehispánico. Poca gente lo sabe y a veces incluso pasa desapercibido, pero desde ahí la propia Frida, esta vez la de verdad, sigue soñando con la libertad que tuvo que crear en su imaginación cuando su propio cuerpo se lo impedía.
La noche ya se ha vuelto oscura al salir de nuevo al jardín de la Casa Azul. Nuestra Frida entona una canción lenta para decirnos adiós y nosotros permanecemos por unos minutos envueltos en la intensa energía de este lugar. La melodía y el recuerdo de la propia pintora ya están dentro de nosotros con ánimos de permanecer ahí para siempre y, sin saber qué podríamos decir en la despedida, lo único que podemos pensar es, como dijo Frida, que viva la vida.
La casa azul de Frida Kahlo
Ubicación: calle Londres, 247. Coyoacán. Ciudad de México.
Horario de visita: martes de 10h a 17:45h; miércoles de 11h a 17:45h; jueves a domingo de 10h a 17:45h.
Precio: entrada general día de semana, 80 pesos; fin de semana 100 pesos. Para descuentos, consultar página web del Museo Frida Kahlo. (Nota: para tomar fotografías en el interior es necesario además adquirir un permiso por 60 pesos).
Visita nocturna: existen varios tipos de visitas guiadas y teatralizadas en el Museo de Frida Kahlo. La visita teatralizada nocturna se denomina 'Pies para qué los quiero si tengo alas pa' volar' y se realiza normalmente el último miércoles de cada mes, dentro de La noche de los museos. Su precio es de 90 pesos y es necesario comprobar el calendario del Museo en su página web, ya que el evento está sujeto a cambios. También en su web es posible consultar los horarios de las distintas visitas guiadas. La visita que relatamos también se realiza en horario diurno en distintas ocasiones.
Ubicación: calle Londres, 247. Coyoacán. Ciudad de México.
Horario de visita: martes de 10h a 17:45h; miércoles de 11h a 17:45h; jueves a domingo de 10h a 17:45h.
Precio: entrada general día de semana, 80 pesos; fin de semana 100 pesos. Para descuentos, consultar página web del Museo Frida Kahlo. (Nota: para tomar fotografías en el interior es necesario además adquirir un permiso por 60 pesos).
Visita nocturna: existen varios tipos de visitas guiadas y teatralizadas en el Museo de Frida Kahlo. La visita teatralizada nocturna se denomina 'Pies para qué los quiero si tengo alas pa' volar' y se realiza normalmente el último miércoles de cada mes, dentro de La noche de los museos. Su precio es de 90 pesos y es necesario comprobar el calendario del Museo en su página web, ya que el evento está sujeto a cambios. También en su web es posible consultar los horarios de las distintas visitas guiadas. La visita que relatamos también se realiza en horario diurno en distintas ocasiones.
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