Alejandro ROJAS y Luis LÓPEZ GALÁN
Un día más despierto en Isla Mauricio, pero hoy no es la luz del sol o el sonido de los pájaros que cantan y vuelan desde sus nidos lo que nos hace abrir los ojos. No, esta vez es la melodiosa aunque ahora mismo insoportable alarma del despertador. Son las seis de la mañana y una fría humedad envuelve el ambiente, sin embargo me fuerzo a salir de la cama y vestirme para vivir una de las experiencias más recomendadas en esta isla: nadar con delfines salvajes...
Con ese pensamiento salimos de casa conduciendo con destino al sur. Poco a poco el paisaje comienza a iluminarse y deja ver las verdes montañas que coronan la región. Pasamos junto a ellas y finalmente llegamos hasta la playa de Le Morne donde un bote nos aguarda para llevarnos más allá de la barrera de coral que circunda la isla, donde esperamos tener suerte y al menos poder ver algún delfín de cerca. Según avanzamos, las aguas turquesas y cristalinas típicas de las playas mauricianas van quedándose atrás para adentrarnos a mar abierto, donde el tono del agua se vuelve azul marino. Acostumbrados a las suaves olas que llegan a la orilla de las playas de la isla, la fuerza que aquí ejercen contra la barrera de coral sorprende al traspasarla.
Agua, viento frío y sobre todo, silencio. Estamos expectantes y atentos, el momento debe estar ya cerca… pero nada ocurre. Después de varios minutos, no muy lejos escuchamos un potente chorro de agua y de pronto junto al bote aparece una aleta negra y brillante que corta la superficie para luego volver a hundirse, luego dos y luego tres delfines que avanzan suavemente, como la aguja de una máquina de coser que entra y sale de una tela oscura a un ritmo armónico y constante.
Es entonces cuando el conductor del bote nos da las instrucciones: aletas ajustadas a los pies, visores bien colocados. Al agua. Una vez dentro, al dirigir la mirada hacia el fondo nos percatamos de que no estamos solamente con los tres que habíamos visto en la superficie, sino que unos ocho o doce más nadan a pocos metros por debajo de nosotros. El tamaño impresiona, no son como los que hemos visto en parques acuáticos o en acuarios de ciudad. Deben medir por lo menos dos metros y denotan una fuerza y poder que podría valerles para alzarse con el título de reyes del océano.
Son las siete de la mañana y la luz en las profundidades es limitada, casi inexistente. Su color azul marino casi negro nos envuelve por todos lados. El agua esta fría y es difícil respirar en el intento de seguirles el paso, aunque la adrenalina ayuda y es así que conseguimos situarnos entre ellos, que empiezan a nadar en círculos alrededor de nosotros, dando vueltas y giros sin dejar de avanzar. No se van, ni tampoco nadan más rápido, estamos en medio, rodeados y parece que disfrutan de nuestra compañía. Así seguimos un momento hasta que, dirigiéndose hacia un banco de peces que nada en el fondo, el grupo desparece.
Agua, viento frío y sobre todo, silencio. Estamos expectantes y atentos, el momento debe estar ya cerca… pero nada ocurre. Después de varios minutos, no muy lejos escuchamos un potente chorro de agua y de pronto junto al bote aparece una aleta negra y brillante que corta la superficie para luego volver a hundirse, luego dos y luego tres delfines que avanzan suavemente, como la aguja de una máquina de coser que entra y sale de una tela oscura a un ritmo armónico y constante.
Es entonces cuando el conductor del bote nos da las instrucciones: aletas ajustadas a los pies, visores bien colocados. Al agua. Una vez dentro, al dirigir la mirada hacia el fondo nos percatamos de que no estamos solamente con los tres que habíamos visto en la superficie, sino que unos ocho o doce más nadan a pocos metros por debajo de nosotros. El tamaño impresiona, no son como los que hemos visto en parques acuáticos o en acuarios de ciudad. Deben medir por lo menos dos metros y denotan una fuerza y poder que podría valerles para alzarse con el título de reyes del océano.
Son las siete de la mañana y la luz en las profundidades es limitada, casi inexistente. Su color azul marino casi negro nos envuelve por todos lados. El agua esta fría y es difícil respirar en el intento de seguirles el paso, aunque la adrenalina ayuda y es así que conseguimos situarnos entre ellos, que empiezan a nadar en círculos alrededor de nosotros, dando vueltas y giros sin dejar de avanzar. No se van, ni tampoco nadan más rápido, estamos en medio, rodeados y parece que disfrutan de nuestra compañía. Así seguimos un momento hasta que, dirigiéndose hacia un banco de peces que nada en el fondo, el grupo desparece.
Volvemos al bote, sintiendo el pecho como si estuviera a punto de estallar. Mientras intentamos recuperar el aliento, un nuevo grupo de delfines aparece a pocos metros de nosotros. Una vez cerca, volvemos al agua ya sin percibir el frío o el cansancio. Nadan rápido y nos separan. Estoy solo. Me quedo nuevamente nadando entre ellos y, dudando si es una buena idea, en un momento casi zúrrela extiendo los brazos y consigo poner suavemente la mano en el costado de uno de ellos nadando algunos segundos con él. Seguimos y él se sumerge un poco. La presión del agua es tan fuerte al bajar que no aguanto más y permanezco cerca de la superficie, flotando ahí, como en un sueño, en mitad de la nada. El grupo avanza y nosotros nos reencontramos en las aguas del Índico. Nos invade ahora un sentimiento de respeto, precaución e incluso miedo. Estos delfines son salvajes y nadan en libertad por lo que en cualquier momento y sin previo aviso, ya sea jugando o porque se sientan amenazados, podrían arrastrarnos al fondo.
Sus aletas se ven lejanas perdiéndose en el mar abierto. Volvemos al bote y al contemplar las puntiagudas montañas de Mauricio nos parece que lo que acaba de ocurrir fue un sueño que sería inútil describir con palabras, pues el intento más exitoso sería burdo en comparación con lo que se siente al estar ahí abajo.
Sus aletas se ven lejanas perdiéndose en el mar abierto. Volvemos al bote y al contemplar las puntiagudas montañas de Mauricio nos parece que lo que acaba de ocurrir fue un sueño que sería inútil describir con palabras, pues el intento más exitoso sería burdo en comparación con lo que se siente al estar ahí abajo.
Delfines salvajes en Isla Mauricio
Lugar: playa de Le Morne (playas del sur de Isla Mauricio)
Horario: los barcos turísticos parten normalmente en dos horarios distintos: 7AM y 11AM. En barco turístico o en barco privado, recomendamos elegir la primera hora, ya que los delfines se van marchando a lo largo de la mañana. El madrugón merece la pena.
Precio: dependiendo de las agencias, un barco privado cuesta aproximadamente 150€ por unas tres horas, aunque en él hay lugar para aproximadamente 10 personas. La agencia www.mauritiusattractions.com dispone de excursiones para nadar con delfines.
Equipación: los barcos cuentan con equipos de snorkel al completo, no es necesario llevarlos.
Lugar: playa de Le Morne (playas del sur de Isla Mauricio)
Horario: los barcos turísticos parten normalmente en dos horarios distintos: 7AM y 11AM. En barco turístico o en barco privado, recomendamos elegir la primera hora, ya que los delfines se van marchando a lo largo de la mañana. El madrugón merece la pena.
Precio: dependiendo de las agencias, un barco privado cuesta aproximadamente 150€ por unas tres horas, aunque en él hay lugar para aproximadamente 10 personas. La agencia www.mauritiusattractions.com dispone de excursiones para nadar con delfines.
Equipación: los barcos cuentan con equipos de snorkel al completo, no es necesario llevarlos.
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